Ayer, pasados los primeros momentos que fueron de pena y de
rabia por haber asistido una vez más al triste espectáculo de ver como
"mi" equipo, que no hace tanto era el mejor del mundo, se dejaba
arrebatar la última oportunidad, quizá inmerecida, de ganar otra vez esta liga
desigual e injusta por un equipo "menos" grande y menos poderoso
económicamente, me puse a pensar en que el azar había colocado en mitad de la
campaña electoral la metáfora perfecta de lo que ha sido y debe dejar de ser la
política en España.
Más allá de pensar en las directivas, que en el fútbol que
sirve como excusa para todo se parecen todas, me puse a pensar en que lo
hermoso del logro del equipo de mi barrio, porque vivo muy cerca de su estadio,
es precisamente haber demostrado que con razón y con esfuerzo es posible
destronar a cualquiera de los dos partidos que, abotargados y viciados, llevan
décadas asentados en lo más alto de la clasificación sin merecerlo.
Y, si me atrevo a decir con tanta rotundidad ese "sin
merecerlo", es porque tango claro que, en igualdad de condiciones, sin la
potente máquina electoral que a base de dinero, no siempre lícito, ponen en
marcha unos y otros, sin ese bipartidismo viciado que supone que en el reparto
de los dineros de los derechos televisivos del fútbol se dé por sentado que la
parte del león son para el Madrid y el Barça, sin la tendenciosidad y el
favoritismo que a diario manifiestan los medios, ignorando prácticamente al
resto, sin todo ese dopaje, hace ya tiempo que la liga española, la política
española, no serían ya cosa de dos.
Por eso ahora, disipada ya la subjetividad a que arrastra la
intensidad, me siento un poco más atlético que ayer, como cuando, de niño, lo
era, un poco por ser del barrio, un poco dejándome llevar por los influjos del
padre y un poco por reacción al madridista talibán con el que compartí pupitre
durante el bachillerato. Un poco más atlético y un poco más esperanzado, porque
hoy tengo razones para creer que no siempre el dinero y el poder se llevan el
gato, pobre gato, al agua.
Hoy tengo derecho a pensar que la gente, como yo mismo, va a
ser un poco más sensata de lo que lo ha sido hasta ahora, a pensar que, libres
de los prejuicios que le llevan a pensar que el fútbol sólo puede ser blanco o
azulgrana ahora se abren nuevas posibilidades, a pensar que, si es cosa de
tres, de cuatro o de cinco, la liga, como la política, van a ser más
interesantes. Hoy tengo derecho a pensar que, esta vez, sí se puede.
Y os aseguro que me gustaría no estar equivocado, que me
encantaría que, al igual que ayer la mayor parte de los socios del Barça que habían
llenado el Nou Camp con la esperanza de ver ganar a su equipo se quedaron en
las gradas para homenajear con los aplausos que guardaban para su Barça al
justo ganador, hoy habrá ciudadanos que empiecen a pensar en dar su voto a
quien realmente lo merezca, después de tantas y tantas legislaturas de verse
decepcionados por quienes visten sus colores.
Sí. Hoy me siento feliz porque el esfuerzo y la inteligencia
pasaron por encima de la indolencia y los millones y porque el Atlético de
Madrid nos demostró que SÍ, SE PUEDE.
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