No sé qué pasará el domingo. No sé cuánta gente se
abstendrá, dicen que unos 50.000 lo harán porque entre las urnas y la final de
Lisboa optaron por el fútbol. No sé cuántos electores votarán en blanco. Sí sé
que el hartazgo está generalizado y que, si, en lugar de optar por una
papeleta, se permitiese al votante clavar uno o más alfileres en el muñeco vudú
de quien consideran responsables de los males que le aquejan y aquejan a
España, la afluencia sería masiva y la gente acudiría contenta y no resignada y
avergonzada, como parece que lo hará en esta ocasión.
No sé si muchos de los que voten lo harán por Cañete. Parece
que serán muchos menos que los que lo hicieron por Rajoy, incluso
proporcionalmente, y, sin embargo, el que realmente se la jugaba y, a la vista
de la campaña y el candidato elegido está, es Mariano Rajoy. Porque no hay que
olvidar que la elección del candidato ha sido una decisión personal de Rajoy,
adornada, eso sí, con los intereses personales y egoístas del propio candidato,
que busca en estas elecciones el "pase" que le permitiría llegar a la
comisión. Por eso, por más que lo traten de diluir ahora, quien más se juega
este domingo en que lo que se juega es mucho es el propio Rajoy. Más, incluso,
que Cañete que ya se cargó sus expectativas de ser comisario, hoy hace una
semana, escupiendo su machismo hacia el cielo.
Si este proceso electoral ha tenido una virtud, ésta ha sido
la de haberse convertido en una especie de maqueta de lo que
hoy es la política española y, sobre todo, la de ser la primera
oportunidad que tienen los españoles de "ajustar" cuantas con
aquellos a quienes consideran responsables de la laminación que, desde hace
cuatro años, está sufriendo las clases humildes españolas y, en gran medida, la
propia clase media. No lo hicieron en aquellas municipales tras la victoria de
Rajoy, probablemente porque quizá aún le creían y es más que probable que lo
hagan el domingo.
Un exquisito diría que eso no es bueno que votar contra un partido
y ajustar cuentas con él no es lo mejor.
Sobre el papel, la exquisitez sería razonable, pero en un
país en el que en los programas electorales se miente a los votantes por
sistema y, a veces, como en las últimas generales, al ciento por ciento, es
perfectamente justificable que los ciudadanos acudan a su colegio electoral con
el cuchillo entre los dientes.
La designación de Cañete ha sido, de todos los cometidos, el
error más evidente de Rajoy. Y no digamos la política de comunicación que le ha
seguido, pretendiendo, muy al estilo Rajoy, que el tiempo y el silencio se
encargasen de desactivar la bomba que el mismo Cañete se puso en el pecho.
Rajoy, sus Florianos y sus Arriolas se han equivocado de medio a medio. La burrada del
candidato había pisado demasiados callos y Europa no es Jerez, ni mucho menos
España. Allí, los ademanes cavernícolas del Santa Claus glotón y borrachín, no
tienen buena prensa, como nunca los tuvieron los de Boris Yeltsin. Por eso, se
dio un último volantazo, sacando de nuevo al candidato, físicamente desagradable
como pocos, a la palestra, cruzando los dedos, porque, si él mismo, cómo dijo,
se teme, no digamos cuánto le temen sus padrinos.
Rajoy creyó que estas elecciones serán un asunto menor que
podía controlar con su legión de editorialistas y su coro de tertulianos, pero,
una vez más, no contó con la fuerza del demonio de las redes sociales, capaz de
devolver cualquier debate a su origen por más dinero que se ponga para engrasar
periódicos, radios y televisiones. Rajoy, sin pretenderlo, se lo ha jugado todo
a la carta del peor candidato y no me extrañaría que el suelo electoral del PP
comenzase a agrietarse. La elección del candidato, el peor de los posibles, fue
sólo de Rajoy y la culpa de lo que ocurra el domingo, y ojalá se lo hagan pagar, será sólo suya.
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