No es un disparate pensarlo y cada vez está más claro que es
ahí a donde quieren llevarnos, a un país de ricos, unos pocos, funcionarios, la
mayoría mal pagados, y culis, esa mano de obra pagada con miseria en China e
India, sobre cuyas espaldas se levantó el imperio británico, y policías, muchos
policías y muchos vigilantes, capaces de acorralar, si es preciso hasta el
infarto y la muerte, a quien, por hambre o por envidia y porque estaba al
alcance de la mano, pretendía llevarse el paquete de jamón o salmón ahumado,
que en las estanterías para ricos parecía llamarle.
Quieren convertirnos en una especie de Bangladesh del
mediterráneo, con legiones de parados, lleno de talleres clandestinos,
improvisados en los hogares, para los que no rigen ni los salarios ni las
condiciones de higiene y seguridad aún en vigor, quién sabe por cuánto tiempo,
que tanta lucha y tanta sangre costó traer a España. Nos lo dijo ayer la
Encuesta de Población Activa y nos lo dicen gestos como condecorar muñecas de
madera o escayola cubiertas de coronas y mantones y otros como poner en manos
de niños disfrazados de antidisturbios, con chaleco antibalas y casco, fusiles
lanzapelotas.
Abandonemos toda esperanza. Nos quieren devolver a la España
del Jarrapellejos de Felipe Trigo, una España en la que los ricos eran tan
ricos como crueles y los pobres tan pobres como sumisos. Una especie de país
asiático trasplantado al mediterráneo donde las tradiciones y las vírgenes que
tanto defienden los señores del gobierno sean las cadenas invisibles que
impidan por décadas que la ciudadanía recupere el paraíso perdido de los
derechos y el bienestar social que le están arrebatando.
Criticábamos ayer al presidente Rajoy por afirmar que estaba
contento con el resultado de la EPA. Pero errábamos en la crítica, porque Rajoy
y sus ministros no estaban mintiendo. Tienen razones para estarlo. Sus planes
o, mejor dicho, el encargo recibido de no se sabe qué oscuros poderes
financieros o políticos, troikas y demás, se están cumpliendo a la perfección,
con centenares de miles de empleos basura, salarios y becas de miseria y una
implacable bolsa de economía sumergida que amenaza con tragárselo todo.
He dicho becas y he dicho bien, porque, si hay un obstáculo
para la laminación de lo que fuimos que estos tipos pretenden, ese obstáculo es
la democratización de la enseñanza esa "igualdad de oportunidades"
que hasta el mismo Franco ensayó, aunque con resultado opuesto al que
pretendía, para rejuvenecer los cuadros de su régimen dictatorial.
Hoy, mitad para proteger a los hijos de "la buena
estirpe" que dijo Rajoy, mitad para fumigar las aulas de las universidades
de cualquier atisbo de progresismo, el gobierno ha recortado las becas que
permitían a las clases humildes acceder a las mismas y ascender en la escala
social. Y no sólo eso, también racanea el pago de las miserias ya concedidas,
obligando a muchos universitarios a dedicar su tiempo de estudio a trabajos de
mierda para poder llegar a fin de curso o a abandonarlos a la espera de una
racha de trabajo que les permita ahorrar.
La EPA lo deja claro. Hay menos parados, pero no hay
más trabajo. Y eso, a pesar de que muchos de los puestos de trabajo que
aparentemente se crean no son más que el desdoblamiento de otros, decentes, que
se parten en turnos o en "mini jobs" con menos costes para las
contribuciones sociales para las empresas. Al gobierno le contenta que haya
menos parados, pero se engaña y pretende engañarnos. Lo que hay es gente que se
ha rendido, gente que ha dejado de humillarse ante las oficinas de empleo y ha
dejado de buscar un trabajo que no le dan, gente que, si es joven y tiene esa
preparación que aquí se desperdicia, ha optado por cruzar la frontera y
marcharse a otros países donde sí aprecian la formación que aquí tiran a la
basura, o bien se ha tapado la nariz, ha renunciado a disfrutar de una
jubilación decente para la que lleva años trabajando y se ha sumergido en esa
vieja España del taller clandestino, de las chapuzas, de las "faenas"
en casa ajena, de la recogida de frutas o de las infinitas horas detrás de una
barra, en una cocina grasienta o sirviendo mesas por un sueldo miserable y unas
cuantas propinas, si hay suerte.
No nos quieren ciudadanos, nos quieren culis, limpiabotas
que se humillan sin remedio condenados a mirar la bragueta del que paga, mano
de obra barata y humillada incapaz de rebelarse. La única esperanza es el
hartazgo de los jóvenes, el terremoto que antes que tarde tiene que llegar,
porque, si no, vamos camino de convertirnos en algo tan triste como eso, en un
país miserable que debería llamarse Españadesh.
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1 comentario:
Esa gente no parará hasta ahogarnos del todo, hasta que los derechos sean algo que se estudie ( el que pueda y sino anulan también, como pretenden hacer con filosofía) la carrera de historia.
No obstante, tenemos un fuerte poder, ya no exijo salir a la calle, porque parecemos tan sumisos que hasta manifestar nos nos parece mucho, digo, me refiero, simple y llanamente a votar a otros.........
Creo que no hay peor esclavo que el Quebec elige con una sonrisa a su amo,,, y aquí parece que lo estamos haciendo,
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