¡Qué lástima! Porque es una verdadera lástima que,
precisamente cuando más necesidad tienen de ellos, los españoles no puedan
contar con sus políticos. Venimos de casi cuarenta años de democracia,
casi los que vivimos en dictadora y todos estos años no han servido para
dar una solución permanente a los problemas que, de siempre, ha tenido este
país.
Esta tarde entra en el Congreso de los Diputados el debate
sobre el referéndum que debería decidir el futuro de Cataluña y entra, como
quien dice, muerto. Sin embargo, a veces, los muertos dan más problemas que los
vivos. Y este asunto es de esos, porque, si hemos llegado hasta aquí desde
posturas aparentemente tan irreconciliables, ha sido porque nos ha tocado
convivir -padecer, visto en perspectiva- no una generación sino varias
generaciones de políticos procrastinadores que, en lugar de resolver los
problemas, los han ido aparcando, uno detrás de otro, de tal manera que, como
los coches dejados en doble fila, unos impiden dar solución a otros.
El estado de las autonomías, con su "café para
todos" fue un enorme parche que, seamos sinceros, ha dado tantos o más
problemas de los que ha solucionado. La corrupción, el gasto exagerado, la
duplicidad en las administraciones, el "los unos por los otros, la casa
sin barrer", el "culo veo, culo quiero" en los que hemos vivido
todos estos años no dejan de ser hijos de un afán compensatorio para el resto
del territorio de lo que fue la restitución del estatus que históricamente
alcanzaron Cataluña, Euskadi y, en cierta manera, Galicia y Andalucía.
De entonces a ahora han cambiado muchas cosas. Ha cambiado,
por ejemplo, la percepción que tienen los ciudadanos, en especial las nuevas
generaciones, y no me refiero a las del PP, de la monarquía, algo a lo que la
familia real misma ha contribuido sobremanera. Ha cambiado esta percepción y,
con ese cambio, cada vez se hace más evidente la necesidad de cambiar la forma
de Estado que ya no tiene el prestigio que tuvo entre la ciudadanía. Ha
cambiado y, sin embargo, nadie tiene le coraje o, mejor dicho, el sentido común
para, como dijo en su día Adolfo Suárez, "elevar a la categoría política
de normal, lo que a nivel de calle es plenamente normal".
Ni siquiera se ha abordado la posible abdicación del jefe
del Estado, como si creyeran en la inmortalidad del rey, algo que, como hemos
visto, estaba previsto hasta en El Vaticano. Aquí, como diría un castizo, los
políticos, y no sólo Mariano Rajoy, son más de postergar, de dejar que los
problemas reposen, se asienten, a veces hasta el hastío, para que las
soluciones acaben por ponerse solas en pie.
Eso es lo que ha venido ocurriendo con las aspiraciones de
los catalanes. Ha faltado coraje para abordar el asunto en profundidad y ahora,
después de unos años terribles en los que la crisis y los recortes en el estado
de bienestar que les ha tocado vivir a los catalanes, no sólo a ellos, pero
también a ellos, el sentimiento de afrenta e injusticia y la sensación de que
todo les iría mejor siendo dueños de su destino ha ido creciendo en la misma
manera en que la caverna mediática ha ido creciendo en agresividad hacia todo
lo catalán, al igual que el chantaje ideológico al que someten al partido y los
gobiernos que les dieron el poder que tienen.
Me asombra que no se abra paso con la fuerza que, a mi
juicio, debiera hacerlo la idea de que la vieja Constitución, casi cuatro
décadas son mucho tiempo para un pacto que nació en un momento tan crítico y
tan determinado y "la ley de leyes" que nació de ese pacto es hoy un
corsé demasiado rígido que, en lugar de ayudar a encontrar soluciones,
dificulta encontrarlas.
Quizá, para encontrar una salida digna y duradera a las
lógicas aspiraciones de la inmensa mayoría de los catalanes, no haya otra
solución que la reforma constitucional y la transformación del actual Estado de
las Autonomías en un Estado Federal. Quizá haya que apartar, de paso, todos
esos muebles amontonados detrás de la puerta del desván en que se ha convertido
la Constitución. Quizá ese paso precise de políticos generosos dispuestos a
inmolarse en el tránsito. Pero la solución es y está, en la Constitución, estúpidos. Hoy por hoy, no veo otro camino porque esto no
es Ucrania, aunque podría llegar a serlo, basta con que alguien se empeñe en ello.
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