Muy mal le deben ir las cosas, electoralmente hablando, al
Partido Popular en Madrid, para que, sin previo aviso, el sucesor de Esperanza
Aguirre, Ignacio González, se haya lanzado a anunciar un frenético carrusel de
contramedidas en el campo de la sanidad y el transporte público que no hacen
sino corregir los desastres creados por el austericidio generalizado puesto en
práctica en estos últimos años de gobierno de su partida. Muy mal deben ir las
cosas, porque nada debería haber más humillante que tener que desdecirse en
todo aquello de lo que han hecho bandera hasta hace, como quien dice, dos
días.
Me enteré, nada más regresar de una Barcelona tan bonita,
tan limpia y tan efervescente de turistas como siempre, turistas de esos
que llegan a diario de lejos y gastan su dinero en muchos de sus
barrios y no de ese turismo de excursión de fin de semana que, por desgracia,
es el que llega a Madrid. Y no me extraña que así sea, porque el turista que
llega a Madrid corre el peligro de que en el metro, ese que en los carteles
volaba, tiene averías cada dos por tres por falta de mantenimiento, se hace
esperar minutos y minutos, porque sus gestores descubrieron que los viajeros
podían apretarse un poco más en vagones y andenes, a veces, en las viejas
estaciones, con peligro de caer a las vías. También se arriesgan, ahora que
debería llegar el calor, a verse encerrados en vagones herméticos, preparados
sólo para funcionar con aire acondicionado, aire que, las más de las veces,
está averiado, o en túneles sin ventilación. Y, claro, lo que los pasivos
ciudadanos de Madrid, que lo son más de lo que piensan, no saben es que hay
quienes no están dispuestos a penar por túneles, vagones y escaleras, como
ellos hacen a diario, pagando uno de los billetes más caros del
mundo.
Quizá por eso, con la mayor de las cara duras y
atribuyéndolo a un aumento de la demanda de viajeros, cuando han sido sus
recortes los que los han expulsado, anuncia a bombo y platillo que van a
invertir más en mantenimiento, van a abrir vestíbulos que mantenían cerrados
como medida de ahorro y van a aumentar la frecuencia de los trenes, quizá para
que aventurarse a usar el Metro no sea arriesgarse a llegar tarde a una cita o,
lo que es peor, al trabajo.
Eso, por lo que hace al depauperado metropolitano de Madrid,
que, después de haber sido durante décadas, el caballo de batalla del PP para
ganar elecciones, se ha vuelto una rémora mal gestionada y peor planificada con
la que han pretendido cortar por lo sano. En cuanto a la sanidad madrileña, la
gatera en la que, por desconocimiento de la realidad y un mal cálculo de lo que
creían que sería un magnífico negocio para los amiguetes, el PP
madrileño se ha dejado tantos pelos y consejeros, también ha habido
un cambio de rumbo notable.
Tal y como anunció González, su gobierno está dispuesto a
dignificar la situación laboral de médicos y sanitarios, contratados ahora a
veces por días o semanas y casi siempre por meses, como si de empleados de una
cadena de hamburgueserías se tratase, dicen que para que médicos y enfermeros
se identifiquen más con su labor, como si no lo estuviesen ya de sobra. Dice
también que pretende incentivar su trabajo por las tardes y en fines de semana
para optimizar las instalaciones hospitalarias y lo dice después de comprobar
que los madrileños, a la hora de someterse a intervenciones quirúrgicas,
confían más en la sanidad pública que en esas clínicas privadas a las que,
desde un despacho, tratan de derivarles a la primera de cambio y prefieren ser
operados por sus médicos y en sus hospitales, antes que arriesgarse a caer en
vete tú a saber qué "sanatorio".
Está claro que en este caso, el de la Sanidad, los populares
aún no se han recuperado del KO y tratan por todos los medios de que, a la hora
de votar, nos olvidemos lo que pretendían hacer con la mejor de las joyas de
nuestro patrimonio. Pretenden hacerlo, convenciendo a todas esas almas simples
dispuestas a dejarse vender una bata-manta, un cojín milagroso o una sonrisa de
político con tal de que salgan en la tele.
Y nuestra obligación es tratar de impedirlo, explicándoles
en el metro o en las consultas de los centros de salud y hospitales que, de
nuevo, tratan de engañarnos, que lo que tratan de "vendernos" como
logro de su gestión no es más que una vuelta atrás a lo que nos habían quitado.
¡Qué cara más dura! Lo suyo es como meternos la cabeza bajo
el agua y después de mantenerla ahí unos minutos angustiosos, dejarnos salir a respirar
y pretender, además, que se lo agradezcamos.
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