El de ayer fue un día intenso en la Audiencia Nacional, que,
al menos para los telediarios, estrenaba sede en San Fernando de Henares. Y si
fue intenso y hubo tanta expectación fue porque en ella se esperaba visita.
Nada menos que la del que lo fue todo en las cuentas del PP y lo fue durante
cerca de veinte años, pese a que, ahora, el que fuera su partido, el que
le confió sus cuentas, las que se enseñan y las que se escriban a la luz de una
vela, el que en su dúa le llevó al Senado como quien, con el aforamiento
consiguiente, suscribe a su nombre un seguro de, si no mejor procesamiento, sí
más lento y mastodóntico, que, ahora, pillado con las manos en la masa, ha
decidido contar lo que vio, lo que hizo, a quién vio y que hacían en torno a
las cuentas del partido que gobernó durante casi ocho años España y la gobierna
con las tijeras y el garrote en las manos desde hace dos.
Resulta curioso que apenas nos sorprende ya nada de lo que
pueda contar quien se bajó de los coches de partido, para subirse después a los
taxis y acabar viajando en coche oficial, aunque nada cómodo y pintado de verde
y blanco. Y si no nos sorprende es porque cualquiera que tenga dos dedos de
frente, un poco de sentido crítico y nada que ocultar lleva ya tiempo dibujando
en su pensamiento la infraestructura que permitía al PP hacer las mejores
campañas electorales, dignas de las presidenciales americanas, con los mejores
carteles, los hoteles y medios de transporte más cómodos, para sus candidatos y
la prensa, y con escenarios dignos de la gala de los óscar.
Resulta creíble lo que viene contando Bárcenas, al juez y a
quien quiera escucharle, sobre las "mordidas" que aplicaba su partido
a todo aquel que pretendiera contratar con la administración, con cualquiera de
las administraciones bajo su control, para, con ese dinero que circulaba en
sobres y maletines, de espaldas a la hacienda pública y a cualquier
fiscalización, pagar trajes, comidas, hoteles, campañas, reformas de sus sedes,
desde la nacional a las provinciales, en un frenesí consumista difícil de
justificar económica, moral y, sobre todo, éticamente.
Resulta tan creíble como increíble es que hasta ahora nadie,
ni partidos rivales, ni periodistas, ni el Tribunal de Cuentas, hayan caído en
la cuenta de que el tren de vida del PP era tan inexplicable como el de
"la chica del 17", de la que en el cuplé se pregunta, porque se duda,
"de dónde saca pa' tanto como destaca". Algo turbio se intuía en la
vida de la chica del 17 y algo turbio debería haberse intuido en el tren de
vida del PP.
Ese trajinar de personas, sobres, cuentas bancarias, llaves
y cajas, digno de una palícula de Berlanga, debería haber despertado el celo, tanto de la prensa, como de la oposición
y puedo permitirme pensar que, si no lo ha hecho, ha sido porque unos y otros
tenían también mucho que callar.
En mi opinión toda la penitencia que los españoles venimos
padeciendo, todo este pus oculto en la estructura de los “partidos de gobierno",
de la nación y de las comunidades autónomas, un pus que afloró en la semana
santa de 1990, con el caso Naseiro, casi por casualidad, pero que gracias a su
ingeniería jurídica consiguió cicatrizar, aunque en falso porque la infección
siguió creciendo soterradamente, toda esa gangrena moral, provienen de esa
actitud de los poderosos que fuerzan la máquina en el pelotón para dejar
descolgados a sus rivales, fuera del club de los "partidos de
gobierno", desterrando cualquier alternativa o cualquier reequilibrio de
poder que permitiese, por ejemplo, cambiar la ley electoral o el sistema de
financiación de partidos.
En resumen, lo que contó ayer Bárcenas, más que
sorprendernos debería avergonzarnos, deberíamos sentir verdadera "vergüenza nacional", porque hemos tenido delante de nuestras
narices, de las de nuestra prensa o de las de nuestros representantes tanta
mierda, sin que ninguno de los colectivos citados haya sentido el hedor de
tanta podredumbre que, al final, pagamos sin que sirva para garantizar que se
van a oír nuestras voces. Nos han engañado haciéndonos creer que los partidos
deben ser baratos en una especie de "timo de la estampita",
privándonos del derecho a conocer todas las opciones en igualdad de condiciones
para poder elegir entre todas las alternativas con todas las consecuencias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario