Ninguna institución hay en este país, tan temida y odiada a
la vez, como la judicatura los jueces. No es sólo de ahora, porque de todos es
conocida la maldición que reza "juicios tengas y los ganes" y es que
nadie sale indemne de su paso por os juzgados, en parte por esa manera de ser tan
especial que tienen los jueces, gente que, salvo raras excepciones y
especialmente si hablamos de los que han ascendido en el escalafón de la
carrera, entre otras cosas, porque hay que estar hecho de una pasta especial,
para hacer de la toma de decisiones sobre la vida y haciendas de los demás el
motor del resto de tu vida.
El señor juez, que es señor juez desde que ocupa su primer
destino, con unas duras oposiciones a su espalda a veces incompatibles con la
vida, la vida normal, la de todos, suele mantener una cierta distancia con el
resto de los mortales, una distancia que, como digo, se acrecienta cuanto más
arriba se llega en ese escalafón profesional. Tanto es así que uno tiende a
pensar que los jueces se presentan a las oposiciones para entrar en la carrera
porque las oposiciones para dios llevan siglos sin convocarse.
Los jueces suelen ser muy especiales, uno por uno y en
grupo, y tienen, además, la piel muy fina. No es de extrañar que, pese a que
sus decisiones puedan ser corregidas en instancias superiores, el hecho de
considerarse "terminales" del poder del Estado les lleva a revestirse
de una protección especial, de una piel tan fina que en ocasiones convierte en
insoportables las críticas razonables, incluso triviales, asumibles por cualquier
otro mortal.
Si sumamos a lo anterior el corporativismo judicial, ese que
les lleva a callar cuando no a justificar decisiones tan escandalosas como la
de aquella primera sentencia de "la manada" que movilizó a media
España , dando al feminismo una fuerza y visibilidad hasta entonces ignorada,
tenemos una casta especial, una casta que, como el clero, se viste con ropa
talar y mira desde arriba y desde lejos al resto de la humanidad hasta el punto
de cegarles, retroalimentados en sus juicios por el coro de quienes siguen sus
pasos y saben que , para progresar en lo suyo no deben molestar a aquel del que
depende tu propia promoción.
Es en este asunto, el de la promoción, donde entra en juego
la política, porque, por suerte o por desgracia, la promoción a las más altas
instancias de la judicatura está en manos de los políticos, que nombran
directamente o nombran a quienes nombran a esos cargos o a los del Consejo
General del Poder Judicial, encargado, en teoría, del gobierno de los jueces. A
nadie le extrañará por tanto que el "calentón" de Pablo Iglesias, al
que aún le cuesta entender que la vicepresidencia que ocupa le exige respeto
a las formas en las críticas que pueda ejercer, porque no es Pablo Iglesias el
que la hace, ni siquiera el secretario general de Podemos, sino que lo hace un
miembro del gobierno de todos, digo bien, todos los españoles.
Sus declaraciones de la otra noche, calificando de
humillación algún fallo, que no todos lo han sido, revocando ciertas decisiones
del Supremo en el asunto del "Procés", fueron, a mi juicio, excesivas
en el lenguaje y en la generalización y, lo peor de todo, han conseguido
despertar al monstruo de la piel fina que ayer mismo emitió un comunicado
pidiendo mesura al nuevo gobierno, la misma que evitó pedir al Partido Popular
en ocasiones similares,
Está claro que el Consejo, al que poco o nada le gustó
Dolores Delgado como ministra y menos le gusta como futura fiscal general del
Estado estaba esperando una ocasión para marcar el terreno y Pablo Iglesias de
la dio la otra noche. Menos mal que el torpe de Pablo Casado hace apenas una
hora ha equilibrado la balanza dando por sentado que el CGPJ se opondrá al
nombramiento de Delgado, dando a entender que o ha dado instrucciones para que
sea así o bien ha hecho cuentas y los suyos ganan.
En los primeros años de la democracia, alguien acuño el
término "ruido de sables" para referirse a los movimientos
conspirativos que se producían en los cuartos de banderas de los cuarteles o en
alguna cafetería de Arguelles. Querían acabar con esa democracia que les había
quitado el poder del que gozaron en el franquismo, del mismo modo que la cúpula
judicial, con su particular ruido de togas, pretende salvaguardar sus
privilegios atando cínicamente, por razones de imparcialidad o de estética, las
manos del gobierno para desatascar la justicia, Y lo hacen ellos que llevan dos
años en funciones, porque al PP no le interesa renovar esta cúpula judicial que
tan bien ha servido a sus intereses.
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