Habéis probado a echar migas de pan, o lo que sea, en un
estanque con peces, por ejemplo, el de El Retiro, con sus carpas.
Inmediatamente, a veces, incluso antes de que el pan entre en contacto con el
agua, que generalmente está bastante sucia, parece que ese caldo turbio
comienza a hervir y vemos asomar las enormes bocas de peces descomunales que
jamás pensaríamos encontrar allí, que en una décima de segundo acaban con el
"regalo" que le hacemos los humanos aburridos, para espectacular
deleite de niños y mayores.
Después, la calma vuelve a las aguas de estanque hasta que
un nuevo puñado de migajas cae sobre ellas y vuelve a repetirse la exhibición
de bocazas y coletazos, un circo acuático, que lo mismo divierte que asusta,
como casi todos los circos. Lo sé, porque cuando mi hija era una niña se le
murió el pececito que cuidaba en una de esas peceras de bola y su madre se
deshizo de él en el retrete, ante el desconsuelo de Manuela, a la que hubo que
decir que, en realidad se iba hacia una vida mejor con sus hermanos en el
estanque, allá en el Retiro, adonde acudíamos de vez en cuando a darle de comer
en una esquina del estanque. Al final no sé si se quedó tranquila o asustada al
ver el tamaño que había alcanzado su mascotita. Lo cierto es que dejamos de ir
a la orilla del estanque y pasamos a otra cosa.
Escribo esto, porque esa, la de esa agua sucia
"hirviendo" con la voracidad de las carpas, es la imagen que me ha
venido a la cabeza este fin de semana, ante la agitación que el encuentro entre
el ministro de Fomento, José Luis Ábalos y la vicepresidenta venezolana Dalcy
Rodríguez, encuentro que ha venido a sustituir, casi, en cobertura e intensidad
a las consecuencias de la semana de temporales que nos ha traído el paso de
"Gloria" por la península. Los medios recordaban a esas carpas de El
Retiro que nadan en aguas turbias, a la espera de que alguna migaja, algún
chisme, quede al alcance de sus "bocotas" para armar revuelo.
Parecía no haber otro acontecimiento más importante en la
nación y, la verdad, los titubeos de Ábalos a la hora de explicarlo no han
contribuido a "calma las aguas". Lo peor es que tengo la sensación de
que volvemos a los tiempos de Zapatero, en los que la derecha, entonces sólo el
PP, se negaban a aceptar que habían perdido las elecciones y comenzaron una
política de acoso y derribo por cualquier método y motivo para debilitar la
autoridad de un presidente legitimado en las urnas por dos veces, acoso y derribo
en el que participaron gozosas las viejas glorias de su partido, empeñadas a
ejercer el derecho de pernada sobre cualquier decisión tomada por el
presidente, ese "Bambi" que consiguió lo que ellos ya eran incapaces
de conseguir y que estaba llevando a la sociedad española a metas a las que
ellos ni siquiera se atrevieron a acercarse.
Está claro que estos señores, los "yayo pasta" les
llamo yo, se domesticaron en el camino hasta el punto de comer en la mano y en
las mesas de las grandes multinacionales, aún a costa del bienestar de los más
débiles, olvidados por ellos ante las glorias y, sobre todo, las prebendas de
los consejos de administración.
Y, en medio de todo, Venezuela, la asignatura pendiente de la
política exterior española, que, desde los tiempos de Felipe González y su
"dudoso" amigo Carlos Andrés Pérez, ha estado en el centro de
cualquier debate, con más intensidad, incluso, que los asuntos que realmente
afectan a los ciudadanos de este país. El caso es que, coincidiendo con la
visita a Madrid del "presidente encargado" Guaidó, el Partido
Popular, allá donde gobierna, Comunidad y Ayuntamiento de Madrid, se ha
esforzado en tratarle como si la reina de Saba hubiese pisado suelo madrileño.
Medallas, recepciones oficiales sin la aprobación del
gobierno, que rebajó el contacto a un encuentro con la ministra de Exteriores,
y una concentración en la Puerta del Sol de Madrid, todas organizadas por el
PP, que, sin atribuciones para ello, quiso arrojar a la cara del gobierno toda
una parafernalia que, estoy seguro, incomodaba al propio Guaidó y que no se
hacía en favor del líder de la oposición venezolana, sino en contra del
gobierno español que se resisten a reconocer y contra el que sólo son capaces
de articular esos "gestitos" y esas tormentas de papel que tan bien
se les dan.
En fin, lo de Ábalos y la vicepresidenta venezolana no tiene
mayor trascendencia que la que ellos quieren darle y prueba de ello es que la
Unión Europea, la presunta ofendida por el encuentro, no ha dicho nada al
respecto. Pero no importa porque a las carpas del estanque del PP les basta con
esas migajas para revolver las aguas y escribir este "Aeropuerto
2020" que va camino de convertirse, más que en tragedia de la tremendista
serie de películas, por lo cogida de los pelos que se ha montado, en un
"Aterriza como puedas" que, para su desgracia, es lo que le toca al
ministro español.
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