Ayer, Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de
Madrid gracias a los votos de Vox, que sigue y seguirá cobrándose su apoyo,
reveló lo que desde hace meses era evidente, que el faltón Miguel Ángel
Rodríguez, el periodista de las malas artes, las listas negras y los insultos.
iba a ser su jefe de gabinete con un salario de 93.000 euros al año, quizá
porque la presidenta piense que lo vale.
Aún recuerdo la primera vez que tuve coincidí con Rodríguez,
al que complacía ser llamado MAR, como a otro Miguel Ángel, Fernández Ordóñez,
gustaban llamar MAFO. Fue en la calle Génova de Madrid, junto a la sede de la
Audiencia Nacional, a pocos metros, en la acera de enfrente, de la sede
nacional del PP. Corría el año 1989 y un jovencísimo Miguel Ángel Rodríguez acababa
de llegar de Valladolid acompañando a José María Aznar, al que había servido
con sólo 22 años como portavoz de la Junta de Castilla León, de donde traía
fama de practicar el juego sucio con la prensa y los rivales de su
"jefe" y amigo.
Era ya de noche, más de las diez, y so esperaba novedades
sobre un comando etarra que acababan de trasladar ante el juez, junto a una
unidad móvil de la SER. Recuerdo como si fuera hoy a aquel joven con la cara
cubierta de acné, preguntándome si aquella” móvil" era para ellos,
convocados para una entrevista en directo que, finalmente iba a ser en los
estudios. El caso es que, en esos minutos de duda y mientras todo se aclaraba,
le solté un "qué tal por aquí" de cortesía, al que me respondió, sin
saber quién era yo, con una serie de exabruptos para los hasta entonces
responsables y trabajadores del PP en Madrid a los que, según dijo, venían a
"meter en vereda" porque eran todos unos vagos. Y me lo dijo así, de
buenas a primeras, supongo que porque lo tenía claro y estaba deseando ponerse
manos a la obra.
Luego supe de la fama que le precedía, de sus listas negras
de periodistas, de las fichas que manejaba con datos de su vida privada:
infidelidades, inclinaciones políticas, deudas y cualquier otro secreto que, en
un momento dado, pudiese ser usado contra él. En fin, material para la
extorsión en el más puro estilo mafioso. También comprobé la estrecha relación
que mantenía con su jefe, José María Aznar, al que acabaría sirviendo como
portavoz del gobierno y al que, es indudable, le une algo más que amistad. También,
y por desgracia, cayó en mis manos una de sus espantosas novelas, publicada sin
duda más por quién era que por cómo escribía.
El resto de su trayectoria es de sobra conocida, sus
acusaciones de nazismo, al desaparecido doctor Montes, falsamente acusado
falsamente de practicar la eutanasia en las Urgencias del hospital Severo Ochoa
de Leganés, al que comparó con Mengele y al que tuvo que indemnizar tas ser
condenado por esa barbaridad.
Rodríguez es esa boca caliente que tanto gusta al electorado
conservador, un tipo que insulta sin el menor recato, un tipo que difama y
acusa sin fundamento desde el poder. No hay más que recordar sus campañas
contra los trabajadores de Telemadrid, la televisión pública madrileña objetivo
de los negocios privados del nuevo jefe de gabinete de Ayuso, a los que una y
otra vez tilda de vagos, como aquella noche hizo con los de la sede del PP. Y
tampoco le duelen prendas a él que, después de causar un tremendo estropicio
conduciendo borracho su coche, llamar cocainómano a cualquiera.
Es un tipo zafio y cruel con sus enemigos, a la vez que
simpático y dicharachero con los amigos, un tipo que lleva meses detrás de la
errática personalidad de la presidenta de Madrid que, ahora, por fin pasa a figurar
como jefe de gabinete con un suculento sueldo, él que odia lo público, de casi
cien mil euros al año. Mejor así, con las cartas sobre la mesa.
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