Ahora que los focos están puestos en Pedro Sánchez, Pablo
Iglesias u su gobierno por llegar, no hay que perder de vista el ataque de
ansiedad que padecen PP y Ciudadanos, atrapados entre el bloque más o menos
estable, ya veremos, que el martes dio el gobierno a Pedro Sánchez y la
ultraderecha que vocifera en su nuca desde los escaños más altos del pleno del
Congreso.
Lo están pasando mal y no hay pastilla que les calme. Les
falta el aire, porque creyeron que tras la alianza con Vox que les dio los
gobiernos autónomos de Madrid, Andalucía y Murcia la vuelta a La Moncloa iba a
ser un camino de rosas y nada más lejos de la realidad, porque Vox, como el
diablo que compró el alma a Fausto, quiere cobrarse el precio y se lo está
cobrando dentro y fuera de los gobiernos que apoyaron, dejando su rancia y
terrible impronta en cada una de las decisiones que apoyan, mientras "se
llevan al huerto" al electorado más radical de unos y otros, PP y
Ciudadanos, que sienten cada vez menos firme el suelo que pisan.
Están nerviosos y, la verdad, tienen motivos para estarlo.
Por eso andan ahora desempolvando las pancartas que sacaron a la calle contra
Zapatero mientras renegaban del fuet, mientras anuncian una resistencia contra
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, más digna del levantamiento contra el invasor
francés que dio lugar a la Guerra de Independencia, que de la guerra de
Independencia, que de las consecuencias del serio revés electoral que por dos
veces sufrieron Casado y Rivera y por dos veces frente a Sánchez.
Auer mismo, la inefable Isabel Díaz Ayuso, flanqueada por
Ignacio Aguado, se echó al monte desde la sede del gobierno madrileño, poniendo
la venda antes de las heridas que a su política ultraliberal de recortes y
privatizaciones, no de los madrileños que la padecen, va a infligir el gobierno
de progreso que en breve comenzará a andar, una estrategia perfectamente
coordinada desde la dirección del PP, con la que pretenden agitar la
calle de cara a las próximas autonómicas, a punto de llegar a Galicia y, sobre
todo, de cara a sembrar de minas la legislatura nacional, recurriendo y
contestando en la calle todas y cada una de las medidas que apruebe el
gobierno.
Es una estrategia repetida que, como digo, se empleó contra
Zapatero, pero hoy las circunstancias no son ya las mismas, porque ETA se ha
disuelto y porque deberíamos haber aprendido que la política de "mano
dura" en Cataluña no ha dado los mejores resultados, aunque, eso está
claro, eso les da igual si el conflicto "nacional" es la red con la que
pescan sus votos en el resto del país y les aúpa otra vez al gobierno,
Sin embargo, no debemos dejarnos engañar, porque la patria y
la fe les importan una figa, porque lo que realmente les importa, lo que les preocupa
es que se reviertan muchas de las medidas tomadas por sus gobiernos que han
dejado desprotegidos y a merced de los especuladores y subempleadores a la
ciudadanía. Por eso, quienes creemos en que esto tiene que cambiar porque así
lo han decidido las urnas y porque así no podemos seguir, salvo que queramos
que nuestras calles se llenen de chalecos amarillos.
Isabel Díaz Ayuso es tan simple como bien mandada y por eso
no ha dudado en ponerse a la cabeza de la estratégica resistencia con que el PP
más oscuro, con Aznar y Miguel Ángel Rodríguez alentándola entre bambalinas,
pretende negar el aire, el pan y la sal, al gobierno de coalición y, de paso,
recuperar parte del terreno arrebatado por Vox a un partido que, desde que
Rajoy perdió la moción de censura, no ha levantado cabeza.
Díaz Ayuso ha declarado la guerra a Sánchez y se
lleva con ella a su vicepresidente Aguado y a toda esa prensa, la más
montaraz, que viven y han vivido tan bien de los gobiernos de la derecha.
Ojalá, por todos nosotros, se aburra en la trinchera.
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