Ayer dijo adiós a la política Borja Sémper, hasta ahora
presidente del PP guipuzcoano. Un hombre joven y cordial con un lenguaje
completamente distinto del de sus antecesores que poco o nada tenía que ver con
el de las cohortes vociferantes que rodean al presidente nacional, Pablo
Casado, al que las más de las veces es difícil seguir, porque, según el día, es
una cosa u otra, pero casi siempre, al menos para mí, poco o nada creíble.
Se nos olvida, porque casi nadie se esfuerza en recordarlo
que Casado llegó por una carambola a la presidencia del PP, se nos olvida que,
en las primarias en las que se buscaba un relevo para Rajoy, Casado fue, con
diferencia, el peor situado de los candidatos y que fueron el apoyo de Cospedal
y las manifiestas simpatías de Aznar y Esperanza Aguirre, lo más conservador
del partido, las que le permitieron derrotar a Soraya Sáenz de Santamaría.
No es de extrañar, por tanto, que Borja Sémper, el joven
admirador del concejal Gregorio Ordóñez, asesinado por ETA en la parte vieja de
San Sebastián, por el que se afilió al partido en momentos tan difíciles,
tuviese poco que ver con Casado, que nunca ha negado su amistad con Santiago
Abascal, con el que compartió el pupilaje de Esperanza Aguirre, o con Cayetana
Álvarez de Toledo, ariete de Casado contra los nacionalismos, salida del
gabinete del ministro Acebes, aquel que tras los atentados de Atocha, se empeñó
durante semanas si no meses en atribuir la autoría de la masacre a ETA, con
deducciones falsas y ninguna prueba, sólo con la entusiasta colaboración del
coro de medios fieles, simplemente, porque a dos días de unas elecciones que
finalmente gano Zapatero, le venía mejor que hubiese sido obra de la banda
terrorista.
Son dos puntos de vista muy distintos el de Sémper y el de
esa mujer de aspecto frío y casi frágil que a la menor ocasión de convierte en
un furioso perro de presa, al que ni siquiera la más evidente de las verdades
saca de su ceguera, de su afán de dirigir el coro de ladridos con el que
pretende acompañar cualquier intento de avanzar en la vía del diálogo,
simplemente, porque, como la autoría yihadista de los atentados del once de
marzo, a su partido no le conviene.
Visto así, no es de extrañar que Borja Sémper, que hizo
frente a la "dama negra" de Casado cuando tuvo el descaro de acusar
de tibieza al PP vasco, el que ponía los muertos que ella maneja hoy desde los
escaños del Congreso. Se atrevió a hacerlo y lo hizo recordando que él y sus
compañeros se jugaba la vida, mientras "otras", en clara alusión al
papel de Álvarez de Toledo en el gabinete de Acebes, pisaban cómodas alfombras.
Nadie o casi nadie salió en defensa de Sémper, mientras que
el papel de la agresiva portavoz se reforzaba. No es de extrañar, por tanto,
que quien tan mal lo ha pasado en su afán de sacar de la cueva al PP vasco se
haya cansado y haya preferido comenzar a vivir la vida de un brillante joven
que se dejó los mejores años en ello. Tienen Cayetana y él casi la misma edad
y, al menos hasta ayer, militaban en el mismo partido, pero representan dos realidades
muy distintas, la del que quiere lo mejor para la gente y la de quien se mueve
mejor entre la bronca y los gritos. Dos realidades bien distintas entre as que
Casado ha preferido a su siniestra dama.
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