martes, 28 de enero de 2020

DESATAR EL NUDO


Ayer fuimos testigos del imposible disimulo en las relaciones entre los socios del gobierno catalán. La culpa la tuvo el acatamiento por parte del Parlament de la suspensión en su condición de diputado del president de la Generalitat, Joaquim Torra. Lo había decretado la Junta Electoral como castigo a la terca desobediencia, lo de terca es mío, al negarse a retirar del balcón de la sede del gobierno catalán del lazo amarillo que Torra y su gobierno habían colgado en plena campaña electoral, un hecho que la junta considero "propaganda partidista" y que ordenó retirar no sólo de la sede del gobierno sino de todos los centros oficiales dependientes de la Generalitat.
Ante la orden, muy en su estilo, Torra se opuso hasta que el tribunal le conminó a hacerlo y, como un niño travieso, mantuvo el lazo en el balcón hasta que la Junta ordenó a las fuerzas del orden hacerlo, como en un "cógeme si puedes" que aguantó  lo que aguantó, aunque, claro, ya era tarde, porque la máquina implacable de la justicia se había puesto en marcha y Torra, en su habitual "sostenella y no enmendalla", admitió ya ante el Supremo al que recurrió el castigo de la Junta, tan retadoramente como acostumbra o, quién sabe, resignado al sacrificio a sabiendas de que le sería retirada el acta de diputado y quizá la presidencia.
Torra o quién sea que maneja los hilos del president y de su grupo parlamentario jugó a amenazar con la convocatoria de elecciones anticipadas al negarse a dejar la presidencia de la Generalitat, dejando el puesto al vicepresidente Navarro, de ERC, y, con ese chantaje en mente, se atrincheró en su escaño hasta que, ayer, Roger Torrent, presidente del Parlament, con el asesoramiento de los letrados de la cámara y el respaldo de la mesa del Parlament, tomó la decisión de retirar el acta a Torra "para evitar el daño que, de no hacerlo, se causaría a la cámara, creando inseguridad jurídica al poner en cuestión cualquier decisión que tomase en ella con el voto de Torra, al menos eso dijo, aunque, yo al menos, no puedo dejar de pensar que quizá a Torrent no le apeteciese desobedecer y ponerse en la senda que el mismo Torra y otros compañeros de partido había seguido y que, antes o después, acaba por tener consecuencias.
El caso es que, pese a las amenazas de Torra a Torrent, éste dio cumplimiento al dictamen de la mesa y retiró la condición de diputado al president, privándole pues del voto en el pleno que debería haber aprobado los presupuestos, a lo que los compañeros de Torra respondieron abandonando el pleno, no sin antes dedicar una cerrada ovación al ya exdiputado, cerrada sólo en JuntsXCat, porque ninguno de los diputados de Esquerra les siguió.
Ahora, abierta en canal a los ojos de todos, la división en el gobierno catalán sólo queda esperar a que Torra o quién quiera que sea convoque elecciones, dado que la amenaza de hacerlo no pareció arrugar a Torrent y su partido. Todo, porque ayer, por fin, alguien, por miedo o por prudencia, se atrevió a deshacer el nudo que cerraba ese bucle infernal en que lleva años viviendo la política catalana y, con ella, la del resto del Estado.
Si todo acaba yendo como aparece los socios de gobierno tendrán que enfrentarse entre sí y a la dura realidad de que, para una inmensa mayoría de los catalanes consultados por el CIS autonómico están muy defraudados con la gestión del gobierno que han mantenido en coalición, quizá porque empiezan a tomar conciencia de que hay cosas más importantes que una independencia de momento imposible.

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