En tiempos como los que vivimos, conviene tener claro quién
es quién en el panorama político y, más aún, quién era cada cual antes de ayer.
Lo digo pensando en el presunto líder de la oposición, Pablo Casado, que hace
poco más de dos años, era poco más que vicesecretario de Comunicación del PP,
un tipo con simpatías entre la prensa capaz de encerrarse solo en la plaza,
perdón por el símil taurino, con el peor ganado que le tocaba al PP. Un
tipo sin complejos, para el que verdad y coherencia nunca fueron lo más
importante.
Había sido pupilo de Esperanza Aguirre, lo que equivale a
decir de José María Aznar y prueba de ello fue el interés, excesivo quizá, que
la ex presidenta madrileña, se tomó con su carrera, atascada en el ICADE, hasta
que una vez elegido diputado de la Asamblea de Madrid en la lista de Aguirre,
trasladó su expediente a otro centro, también privado, el Cardenal Cisneros, en
el que aprobó de golpe todas las asignaturas que tenía pendientes de la
carrera, prácticamente la mitad.
De hecho, se publicó, en medio del escándalo por el tráfico
de másteres y otros títulos universitarios que la propia Aguirre o alguien
enviado por ella se había interesado por la marcha de los estudios de Casado
ante el director del centro en que tan rápidamente culminó su carrera. Bien es
verdad que las dudas se desvanecieron una vez cobrada la presa de la intrépida
Cristina Cifuentes, a la que en breve se juzgará por falsificación de documento
público, tras exhibir un acta de examen inexistente.
Todo esto, solapado a la moción de censura en la que Pedro
Sánchez desalojó a Rajoy de la Moncloa, dando lugar a la dimisión del
presidente del PP al frente del partido y abriendo un vacío de poder en el
mismo que se resolvió, hagamos memoria, del modo más inesperado posible, origen
del desastre estratégico en que está sumido e PP desde entonces.
Todo arranca en aquellas primarias a las que se presentaban
las dos alas fuertes del Partido Popular, encabezadas por Soraya Sáenz de Santamaria,
vicepresidenta y heredera de Rajoy y María Dolores de Cospedal, a las que, por
sorpresa, se añadió una tercera candidatura, la del intrépido Pablo Casado, que
muy probablemente asumió el papel de tercera vía, siendo en realidad un "tapado"
de sus padrinos Aguirre y Aznar, destinado a restar votos a Sáenz de
Santamaría, lo que sin duda consiguió, para, ya en el congreso del partido,
hacerse con la presidencia, asumiendo los votos de los compromisarios de
Cospedal.
Desde entonces ha intentado competir en las urnas con Pedro
Sánchez que le ha batido hasta en cinco ocasiones, quizá porque Casado,
acostumbrado a los éxitos, no todos merecidos, ha pretendido llegar al poder a
toda costa, cosa que consiguió en Andalucía con un candidato que no era el suyo
y con la inestimable ayuda de Ciudadanos y, muy especialmente, la de Vox,
partido al que puso en el mapa cambiando el liderazgo de la derecha por el
plato de lentejas de unos votos que, desde entonces, están salpicándole,
quitando a su partido la pátina de "derecha civilizada" y de partido
de orden, capaz de alcanzar el gobierno sin sembrar el pánico.
Desde entonces, Casado, obsesionado por no perder más votos
ha tratado de parecerse, unas veces al centro derecha que fue Ciudadanos, otras
a la extrema derecha montaraz, Vox, dando tumbos a lo loco confundiendo el adversario
y a sus electores, en claro beneficio de los de Abascal, haciendo la ola a sus
mentiras, incluso después del hundimiento del partido de Rivera, sin querer
enterarse de que Vox es tan grande como el PP lo hace.
Y en esas estamos, con un líder de la oposición que, con
barba o sin barba, se mueve como una de esas aspiradoras autómatas que va de un
lado a otro, rebotando al topar con los resultados electorales de pared en
pared, hasta acabar un día atascado en un rincón, agotadas las baterías de su crédito,
a la espera de que alguien decida poner la "roomba" otra vez en el
camino adecuado, con Casado o sin él, antes de que sea demasiado tarde. Y lo
escribo, porque, aunque nunca me he considerado "de derechas", sí
creo que no es bueno que un país, este país, pierda esa derecha si no moderada,
civilizada, que garantice el ejercicio de la política en el lugar que debe
ocupar, los parlamentos, y no en las pantallas de televisión o en los móviles.
Está claro que Casado, con barba o sin barba,
"destroyer" o moderado, ha llegado mucho más arriba de lo que el
electorado de la derecha se merece. Está claro que, desgraciadamente para este
país, no es más que un segundón sobrepasado, una marioneta que alguien, Aznar,
mueve desde el rencor y la soberbia.
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