lunes, 29 de febrero de 2016

UN AÑO DE BOCHORNO


Ayer, si no  un año exacto, sí se cumplió un curso completo desde que Rita Barberá, envuelta en los vapores de la fiesta, se asomó al balcón del ayuntamiento valenciano para invitarnos a disfrutar del "caloret" de las fallas, sin saber que, esa, era la última vez que lo hacía ni que de ser la alcaldesa de Valencia,  jaleada y consentida durante un cuarto de siglo, iba a pasar a ser el "ninot" que encarnase la corrupción y el despilfarro de toda una época, en la que Valencia, ciudad, provincia y comunidad, pasó a ser una gran falla, al servicio del PP y sus interesas, del PP y suyos particulares, a costa de los ciudadanos de allí y también de aquí.
Un curso entero, un año, en el que la máquina de hacer dinero del partido, manejada por un selecto ramillete de militantes, se ha gripado y ha saltado por los aires, dejando al descubierto las vergüenzas de un sistema mafioso, onerosamente consentido por la prensa, por algunos jueces y por la oposición que, primero con recalificaciones tramposas del suelo de todos y luego con cualquier otra decisión que hubiese de tomar cualquier administración, siempre proporcionando las mordidas y pelotazos que ahora, día sí y día también, se están revelando ante nosotros.
Un curso en el que hemos pasado del caloret de la alcaldesa al bochorno de todo su partido, en el que los militantes de una cierta categoría se muelen a codazos mientras tratan de subirse a los botes de un escaño, una embajada o un consejo de administración y el resto se parten abiertamente la cara por los pocos salvavidas que quedan a bordo.
En la foto que ilustra esta entrada, aparecen los personajes principales de esta zarzuela de ambiente fallero y huertano: la propia Rita Barberá, el histriónico Francisco Camps, capaz de pasar de la risa al llanto, del regalo a la amenaza, en un abrir y cerrar de ojos, y el no sé si hierático, no sé si paralizado por su propio cuajo, por su pachorra, fundamentales todos en esta trama de corrupción y miseria en la que lo mismo se tiende una alfombra de billetes, que pagamos todos, para que Fernando Alonso haga el ridículo en las calles de Valencia, que se condena a los niños valencianos a estudiar en barracones helados en invierno y tórridos en verano, mientras al partido y sus gerifaltes le rebosa el dinero en los bolsillos y Alejandro Agag lleva a su suegro a las carreras.
Ha sido un año, especialmente desde que Rita se dio la gran "hostia" en las elecciones de mayo, en el que hemos visto y oído de todo, en el que, por fin, la prensa se ha puesto a trabajar para escarbar en la mugre que cubre ese partido en Valencia y en lo que no es Valencia. Un año en el que, al PP, se le ha perdido el respeto o, por qué ocultarlo, el miedo, el respeto que no merece y el miedo a que cierre la espita de las campañas publicitarias institucionales que ya no controla. Un año en el que unos y otros tratan de recolocarse de cara a unos años que ya no volverán a ser los mismos.
Un año con un día más, el de hoy, que muy bien podría servir para reflexionar, para que la gente con algo de decencia que aún debe quedar en el PP asuma la responsabilidad que le corresponde y acabe con el reinado de un Rajoy que está sentado sobre un polvorín a punto de reventar con consecuencias difíciles de prever.
Mañana, Rajoy va a tratar de meterle el dedo en el ojo a Pedro Sánchez que, por quererlo todo, puede quedarse sin nada, va a tratar de hundir al que un día, ante millones de españoles, le llamó no decente. Y quizá lo consiga, lo que no va a conseguir es que Ciudadanos, en un todavía improbable, intento de alcanzar la investidura, le apoye a cara descubierta ni mucho menos que olvidemos este año, este curso, que arrancó con "caloret" y va camino de terminar en bochorno.