Si, en el mar, el rey del camuflaje y la paciencia es la
sepia, y, en la tierra, lo es el camaleón, en la política española, lo es este
gallego que. por no definirse, ni siquiera lo hace respecto a su origen,
porque, nacido en Santiago, donde además estudió derecho, se dice de
Pontevedra, donde su padre, al que ahora acoge en La Moncloa, presidió la
audiencia provincial.
Aun así, Rajoy, que se afilió siendo casi un pipiolo a
Alianza Popular, guarda, por si acaso, un pasado republicano en la recámara, el
de su abuelo Enrique, catedrático y redactor del Estatuto de Autonomía de
Galicia en 1932, y apartado por ello de la docencia hasta los cincuenta, más o
menos cuando nació su nieto Mariano en la entonces capital universitaria
gallega.
En la política remunerada desde los primeros ochenta, en
estas tres décadas y media, ha tenido, si no la habilidad para quedar al margen
de las grandes tormentas y conspiraciones que se han vivido en su partido desde
que lo fundó Fraga como AP, sí el arte suficiente como para salir siempre a
flote y cada vez más arriba cuando amainaba, convencido de que siempre acaba
por amainar.
Quizá por ello, o quizá por la existencia de algún gen
especial en su organismo, Rajoy ha aprendido y no sólo eso, sino que ha hecho
de ello su principal característica, a quedarse quieto y desaparecer en el
paisaje, adoptando sus colores y sus formas, como el camaleón o la sepia, hasta
que cree llegado el momento de lanzar su lengua, su tentáculo o lo que sea
sobre la presa elegida, siempre más pequeña que él, no vaya a ser que se
revuelva, porque lo importante es sobrevivir.
En esas está ahora Rajoy, quietecito en su rincón, con la
agenda muy libre, leyendo el MARCA y fumando puros, probablemente viendo
partidos atrasados de "su" Madrid, probablemente optimista y más
preocupado por la marcha del equipo que por la del país. En esas está,
esperando a que quienes han dicho por activa y por pasiva que no quieren nada
con él, se destrocen ente ellos o se cansen, para lanzarles su lengua o su
tentáculo y hacerse con ellos.
Rajoy ha preferido permanecer semienterrado en la arena del
tiempo, camuflado en la hojarasca del ruido mediático, esperando, observando,
aguantando la respiración, sin mover un pelo, al margen de todo, hasta que
llegue la ocasión propicia para lanzar su ataque. A Rajoy no le importa el
importante cabreo que se extiende entre la ciudadanía, consciente de que
Podemos ha dicho demasiadas cosas, se ha cargado de hipotecas innegociables, el
PSOE de Pedro Sánchez vive consumido por su runrún interno y Ciudadanos está a
punto de caer como fruta madura del árbol de su intransigente rectitud.
Pero, además, Rajoy sabe de sobra de que, si el escenario se
agita por la tormenta de unas nuevas elecciones, él, camaleón o
sepia, saldrá otra vez a flote, como siempre, mientras los ciudadanos, pececillos o insectos que llenan de vida océanos y frondas se
ahogan o se aturden en la abstención.
Y es que algo quedará siempre para el camaleón o la sepia.
2 comentarios:
Lo has definido a la perfección...
Saludos
Totalmente de acuerdo, Rajoy ha hecho de la mediocridad, virtud. Como un depredador no le importa estar horas acechando con tal de coger la pieza... Pero no estamos en una cacería, donde el número de piezas es lo importante, está como presidente de un país, de personas a las que ha ninguneado como nadie ha hecho. Y no sólo ninguneado, también les ha robado la dignidad, sometiéndoles con leyes que nos han hecho retroceder cincuenta años en el tiempo.
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