martes, 1 de marzo de 2016

SPOTLIGHT


Que "Spotlight", una película más allá del estrellato, aunque con magníficos intérpretes, dirigida por Tom McCarthy, actor y guionista antes que fraile, se hiciese con el óscar a la mejor película del año fue para mí la mejor noticia de ayer lunes y lo fue, porque me parece una película imprescindible, de esas "basada en hechos reales", que, a mí al menos, me reconcilia con la que ha sido mi profesión durante un cuarto de siglo y coloca el foco que le da nombre sobre uno de las grandes lacras de la sociedad, como lo es el hecho de que aquellos a los que durante siglos la sociedad biempensante o, al menos, bienintencionada ha encomendado la formación de sus hijos hayan abusado de ellos, con su aliento sucio, con sus manos sudorosas o lo que es peor aún, con su silencio cómplice.
La historia que cuenta "Spotlight", con la dureza de lo que ha sido y sigue siendo una realidad onerosa sucedió en Boston, la capital del catolicismo norteamericano, pero podía haber ocurrido en la católica Irlanda, en Italia, Francia o en la España, la "tierra de María" de nuestros pecados, y no es otra que la del equipo de investigación de un periódico, el Boston Globe, un equipo de esos que, en la era de los twitter, los vídeos tomados con el móvil, los comunicados, sin replica posible y las ruedas de prensa sin preguntas, ya no resultan rentables, al que la llegada de un nuevo director, de esos que leen su periódico o, en su caso, escuchan su radio, pone sobre a trabajar sobre un asunto tan turbio como viejo y manido, pero con un nuevo enfoque, el que le permite tomar el hecho de no provenir de la autocomplaciente y asustadiza sociedad bostoniana.
Es precisamente ese enfoque, que cumple con una de las premisas del buen periodismo, preguntarse el porqué de que sucedan las cosas lleva al desenmascaramiento -y no reviento ningún final, porque, insisto, todo lo que se cuenta en la película sucedió en realidad- de la jerarquía de la iglesia católica en Massachusetts que, durante décadas, en lugar de apartar a los sacerdotes pederastas de los niños, se dedicó a trasladarlos o esconderlos temporalmente, forzando además mediante presiones y dinero el silencio de las familias de las víctimas.
Contra viento y marea, usando las mejores armas con que cuenta un periodista, que no son otras que la documentación y los archivos del periódico, los contactos de su agenda, la curiosidad, mezclada al cincuenta por ciento con la tenacidad imprescindible, la astucia y, sobre todo, la capacidad de trabajo, mezclada al cincuenta por ciento con la tenacidad, el teléfono,  y las suelas de sus zapatos, el equipo Spotlight, arropado por el director del Globe, se toma su tiempo hasta trazar el mapa de los abusos en la diócesis de Boston, usando los testimonios de algunas de las víctimas, el impulso de quienes saben que mantenerse en la denuncia es lo único que les queda y, paradójicamente, los propios anuarios de la diócesis, en los que se refleja con la minuciosidad de un viejo almacenero cada uno de los cambios de destino o bajas a los que, alegando inexistentes enfermedades, se sometía a los curas denunciados. 
El principal mérito de esta película, a la que la bendición del óscar llevará muy lejos, no al cineclub de los maristas, claro, es que no cabalga sobre el morbo, sino sobre datos fehacientes y que, en ella, lo único escandaloso es la frialdad y la naturalidad con que la sociedad asume aquello que debería ser arrancado de raíz de su jardín. Ese y la elegancia y eficacia con que se trata una de las peores miserias de nuestra biempensante y complaciente sociedad.
Otra gran enseñanza que encierra esta historia es el hecho de todos los elementos que dieron pie a esta brillante investigación estuvieron en uno u otro momento en manos del periódico, sin que por presiones, por desidia o por falta de apoyo no cuajaron, no permitieron formar ese horrendo puzle que pintó un lamentable retrato de la comunidad católica de Boston que, por vergüenza, por miedo, por vergüenza o por complicidad, permitieron que centenares de niños sufrieran los abusos de quienes deberían haber velado por ellos.
Al final, la lista de los ochenta y siete curas pederastas revelada por el Boston Globe y la evidencia de que el arzobispo sabía de su existencia y los amparaba, desato una cadena interminable de denuncias que se extendió a todos los rincones del universo católico y también en el tiempo -Hoy, los maristas de Barcelona, por poner un ejemplo- llevó al traslado del arzobispo Law, hoy "refugiado" en Roma y mereció el Pulitzer para el equipo Spotlight del Boston Globe. El óscar hará sin duda que muchos de los que han quedado marcados por haber padecido estos horribles abusos en su infancia se atrevan a salir del cajón en que los ha encerrado la iglesia.