Quién no recuerda de sus tiempos del colegio, ya en o la
facultad, la mágica sorpresa del fenómeno de la capilaridad, ese juego de
presiones que hace que los líquidos asciendan dentro de los tubos de pequeña
sección, ese milagro que hace que, por ejemplo, la sangre llegue a todos y cada
uno de los rincones de nuestro cuerpo llevando el alimento vital hasta todos y
cada uno de nuestros cabellos, de los que toma el nombre el fenómeno.
También recordamos, a mí me pasa, aquellas lecciones de
biología, en mi caso, a primera hora de la tarde, en plena sobremesa, cuando lo
lógico era estar echando la siesta, perdido en medio del sopor en las páginas
del Salustio Alvarado, buceando en el mecanismo por el que los vegetales,
especialmente los árboles, toman su alimentos, los nutrientes que necesitan de
las sales disueltas en el suelo a través de las raíces desde donde, por
capilaridad, ascienden silenciosa y quedamente hasta las ramas y las hojas,
donde la luz del sol y el anhídrido carbónico presente en el aire se
transforman en vida que da vida, convirtiendo eso, minerales, agua y un gas, en
alimento para la propia planta y para los animales que se alimentan de ella.
Sólo cuando se rompe una de esas ramas, cuando se corta una
flor o una hoja, se nos hace evidente el milagro, cuando somos conscientes de
los jugos que ascienden desde el suelo a la copa del árbol, a las yemas, las
hojas o las flores. Y eso es precisamente lo que acaban de hacer la Guardia
Civil y un juzgado de Valencia, cortar una de las ramas del PP, la del
ayuntamiento y la diputación de Valencia para que podemos ver, para que seamos
conscientes, del mecanismo por el que el PP, el partido que, con Rajoy al
frente, ha gobernado España estos cuatro últimos años y otros siete con Aznar,
se hacía más fuerte que el resto, convirtiéndose en una máquina de ganar
elecciones... por capilaridad.
Por capilaridad, las raíces extendidas como tentáculos en
muchos ayuntamientos se hacían con parte del alimento disuelto en los
presupuestos que aprobaban y administraban. Por capilaridad esa savia ascendía
de la concejalía, el ayuntamiento o la diputación correspondientes hasta el
tronco del partido y sus diferentes romas. Por capilaridad llegaba a las sedes
provinciales, a las regionales y a la sede nacional, hermosa y llamativa como
la flor de la sedienta hortensia que en realidad no es flor, de la calle
Génova.
Una capilaridad que, ya se ha probado y se sigue probando,
alimenta los órganos reproductores del partido, sus aparatos electorales,
permitiéndoles pagar mítines imposibles como los de la plaza de toros de
Valencia que tanto gustaban a Aznar y Rajoy, quienes, siempre que podían,
revoloteaban por el jardín valenciano, tan vistoso y productivo él. Vistoso,
por cierto, desde finales de los noventa, en que personajes como Eduardo
Zaplana, entonces alcalde de Benidorm, y unos cuantos personajes más del
partido popular valenciano y nacional hablaban telefónicamente a calzón quitado
y con claves tan simples que eran fácilmente deducibles, de las mordidas que en
nombre del partido cobraban a las constructoras que contrataban en sus
ayuntamientos.
El asunto se descubrió porque, por casualidad, una grabación
de esas conversaciones cayó en manos de un juez de instrucción, Luis Manglano,
que investigaba un caso de narcotráfico en el que estaba involucrado el hermano
de un concejal del ayuntamiento de Valencia. Al final, pese a todas esas
evidencias, la savia recogida del suelo valenciano sirvió para pagar al costoso
equipo jurídico que, en nombre del PP, levantó el tinglado jurídico que
permitió anular como prueba las cintas en las que se evidenciaba hace ya casi
treinta años lo que parecía una importante fuente de financiación del PP.
Aquella savia sirvió también para ahogar en cuanto les fue posible
la carrera de Luis Manglano y, para ello, desplegaron periódicos, semanarios y
radios afines desde los que se "machacó" vilmente el honor y la
carrera de un hombre justo y discreto, al que me toco conocer por aquellas
fechas y por este asunto.
Treinta años perdidos, treinta años de retraso en acabar con
esta capilaridad que alimenta desde las raíces al PP, que paga los mítines, los
sobresueldos y los despachos del partido, treinta años en los que, como las de
algunas plantas arruinan el suelo donde crecen, arruinó el suelo valenciano y
por muchos años.
Ahora sólo espero que el herbicida de la justicia que acaba
de aplicarse al PP valenciano llegue, también por capilaridad, a todos y cada
uno de los despachos de la Génova 13, dejando en barbecho hasta su regeneración
el campo que con tanta codicia han agostado.
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