Confieso que, quizá por la hartura de tener que volver
siempre sobre lo mismo y con la esperanza de que, por fin, alguien pensado más
en los ciudadanos que en sí mismo o sus padrinos, ayer, me alegré por ese
acuerdo alcanzado por Pedro Sánchez y Albert Rivera, "vendido" con
esa solemnidad que se da a las cosas trascendentes, las que cambian nuestras
vidas y lo hacen para siempre. Pero, y bien que lo siento, engañado por los
lazos y el papel de celofán en que iba envuelto, llegué a ilusionarme con el
regalo de sentido común y altruismo que nos hicieron creer que nos hacían.
Fui demasiado torpe, porque tenía que haber sido capaz de
ver la tramoya que se escondía detrás de esas cinco condiciones irrenunciables
anunciadas por Rivera, condiciones que parecían sacadas del programa electoral
del PSOE, que no tenían otra finalidad que la de "vestir el muñeco"
del acuerdo que, apenas veinticuatro horas después y en setenta páginas,
firmaron y presentaron al pie de la obra de Genovés que encarna los deseos de
reconciliación que, hace ya cuatro décadas, hicieron posible el acuerdo entre
españoles para darse la democracia tantos años perseguida.
Me engañaron, engañaron a los ciudadanos, y quiero creer que
Pedro Sánchez, acuciado quizá por la ansiedad que genera, sin duda,
estar al borde del todo o el nada en su carrera política, también se lo creyó.
Pero, afortunadamente, no, parece que el engaños se haya extendido ni haya
perdurad, porque, cuando Podemos se levantó de la mesa en la que negociaba con
el PSOE y con la izquierda -sí, los he separado y lo he hecho a conciencia- una
vez más, el gesto aparatoso acabó diluyendo las razones, y más teniendo en
cuenta que Pablo Iglesias acababa de anunciar, al poco de que Sánchez aceptase
las cinco premisas de Rivera, que no se iba levantar de la misma, agostando
cualquier esperanza de que el acuerdo de PSOE y Ciudadanos creciese por la
izquierda.
Supongo que es una cuestión de piel, pero me dejo convencer
más fácilmente por el verbo tranquilo de Alberto Garzón que por la suficiencia
de Iglesias, al que, por cierto, no se escuchó ayer, o por las explicaciones de
Errejón, arropado por todo el elenco de la compañía. Lo cierto es que uno y
otros me han convencido de que, como cantaba el gran Krahe, hombre blanco
hablar con lengua de serpiente.
La misma lengua de serpiente que ha escrito la pregunta que
se va a hacer en referéndum este fin de semana a los militantes socialistas,
una pregunta sin salida, parecida a la que se formuló hace años en el
referéndum de la OTAN y que, al consultar si respaldan éste y otros acuerdos
que pueda alcanzar Sánchez de aquí a la sesión de investidura, deja abierta,
incluso, la posibilidad de que el acuerdo crezca por la derecha incorporando al
mismo la abstención del resto del IBEX ¡perdón! quise decir del PP, para que,
por fin, la gran entente que está arrasando Europa, cabalgue también sobre
España.
Sánchez dejó correr su imaginación o pensó que nosotros
andábamos escasos de entendimiento, al "vendernos" que se derogaría
la ley mordaza o la reforma laboral del PP. No será, desde luego, con este
acuerdo que nos descubre a Albert Rivera como el líder que, desde hace tiempo,
anda buscando la derecha de este país.
Ahora, como señalaba aquí mismo hace dos días, la respuesta
y, con ella, el futuro de este país como franquicia de la Europa "neocón"
o como la nación de ciudadanos conscientes y libres a la que, yo al menos,
aspiro, está en las manos de los militantes socialistas que, con su voto,
pueden darle a Pedro Sánchez un cheque en blanco para que se lo entregue a
quienes nos han traído hasta aquí o pueden frenar en seco esta locura que no
hará más que subvertir y traicionar el mandato que los ciudadanos dejamos
escrito en las urnas.
Ojalá le nieguen el cheque, pero podemos acabar de nuevo en la pocilga del PP y, ante ese futuro, prefiero ir a unas nuevas elecciones, Pero, por el momento, ciento noventa mil militantes socialistas tienen la palabra y en sus manos estamnos.
2 comentarios:
Brillante...
Realmente genial...
Publicar un comentario