Estamos demasiado acostumbrados y muy mal acostumbrados a aceptar sin crítica informaciones que, por falta de recursos o por falta de interés se elaboran también sin crítica, cuando no con la clara intención de ajustar cuentas con alguien. Estamos cansados de ver como los hay que viven demasiado pendientes de esos medios e informaciones y reaccionan alocadamente, sin meditar las consecuencias de sus actos. con el único fin de ponerse a salvo, pase lo que pase con otros.
El viernes nos contaron que unos titiriteros habían ahorcado a un juez, matado a un policía y violado a una monja, para después sacar una pancarta de apoyo a ETA y, aunque desconcertados por la osadía de los titiriteros, de ser cierto lo que nos contaron que hicieron, les creímos. Mal hecho, muy mal hecho, porque para contar las cosas, el que las cuenta tiene que esforzarse en entenderlas y en atar bien todos y cada uno de sus extremos y, por desgracia eso no siempre es así.
Los guiñoles son, por definición violentos y, de hecho, se les conoce como "títeres de cachiporra". Una violencia que es consustancial al género, en el que brujas, dragones, ogros, ricachones, guardias abusones y madrastras acaban llevándose su ración de cachiporrazos. Una violencia que no es, ni mucho menos, mayor de la que a cada minuto vomitan los televisores, pero una violencia que suele ir acompañada de moraleja, una violencia, de los guiñoles, con la que han crecido nuestros padres y de la que hemos sido espectadores muchos de nosotros.
Una vez aclaradas las circunstancias de la representación, una vez explicado que lo que pretendía la farsa era criticar a quienes "fabrican pruebas" cintra quienes se oponen al sistema, una vez aclarado que ese extraño "Gora Alka ETA" no era más que una manera de dejar en evidencia la zafiedad de los falsificadores de pruebas, queda claro que la obra es en sí misma un éxito, puesto que la realidad se está encargando, a su manera, de confirmar las tesis del espectáculo.
Si la bruja o sus adversarios, que todo es opinable, eran los malos en el guiñol, en la realidad los malos son la concejal de Cultura del Ayuntamiento de Madrid que, después de destituir a quienes programaron la obra en las fiestas de Carnaval, trató de apagar el incendio con gasolina, al denunciar a los titiriteros ante el juez, que los llevó a la Audiencia Nacional, desde donde el implacable juez Ismael Moreno -ex policía, por cierto- los envió a prisión incondicional, algo que resulta un agravio comparativo respecto a casos, no ya de corrupción o de violencia, sino con opinadores ilustres que, desde tribunas mucho más amplias, incitan casi a diario a la violencia.
Mal vamos en este país, si se vuelve a mandar a la cárcel a la gente sólo por delitos de opinión. No puedo sino rememorar aquellos años de la primera transición en que el hoy "civilizado" Boadella fue a prisión por criticar a la justicia franquista en "La Torna". Recuerdo que aquella barbaridad jurídica se convirtió en una causa internacional y recuerdo aquella pegatina que durante años llevé en mi casco de motorista reivindicando el mayor bien que tenemos los ciudadanos, la libertad para que nos cuenten y podamos contar la realidad o la visión que de ella tenemos. Cuando falta esa pieza, todo el sistema de libertades se desmorona y hay muchas formas de ir contra ella y una de las más eficaces es la de contra verdades a medias.
1 comentario:
De mal en peor...
Saludos
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