martes, 9 de febrero de 2016

¡VIVAN LAS REDES!


Hoy que la hermana del rey se sienta en el banquillo en Palma de Mallorca y una gran parte de la sociedad, la más y mejor informada, clama contra el desproporcionado encarcelamiento de dos titiriteros en Madrid, es buen momento para reflexionar a propósito del valor de las redes sociales como vigías y correctoras de la información no siempre verídica y no siempre decente que se nos trata de transmitir o de, dicho a las claras, "colocar".
¿Imagináis qué sería de los titiriteros del carnaval madrileño si sólo nos hubiese llegado la primera versión de los hechos? ¿Creéis que estaría hoy sentada en el banquillo de los acusados Elena de Borbón, hija y hermana de reyes, de no haber actuado las redes y la prensa que se difunde a través de ellas como correctoras de las actuaciones del fiscal, sometido jerárquicamente a las instrucciones de la Fiscalía General del Estado, nombrada por un gobierno al que, como a cualquier otro gobierno, incomoda y cómo cualquier asunto turbio que afecte a la jefatura del Estado?
No hace tanto, comprobamos cómo escándalos parecidos al caso Noos que afectaban a amigos del rey Juan Carlos y quién sabe si al propio rey se silenciaron en su verdadera dimensión haciendo valer esa norma no escrita, vigente durante tanto tiempo en este país, de que el rey era intocable. Hoy, tras haber visto al rey matando feliz elefantes en Botsuana, mientras sus "súbditos" perdían en España el trabajo, la vivienda y la protección que el Estado de Bienestar que, con su esfuerzo, había ayudado a construir, le garantizaba., hoy, insisto, nada es igual, todo ha cambiado. Una inoportuna caída del rey, con su correspondiente daño en la cadera, su traslado casi clandestino a España, aunque imposible sin testigos, salto a las redes. Antes estas cosas se transmitían "boca a boca" y, para cuando adquirían una determinada dimensión, la casa real o quien fuese había tenido tiempo suficiente para pararlas, si no en la calle, sí en los medios. Hoy, por el contrario, para cuando Zarzuela quiso reaccionar, la foto y las peripecias del rey en su cacería en Botsuana ya eran del dominio público y los medios no pudieron ignorarlas sin señalarse.
Por eso, para cuando el caso Palma Arena, el megalómano pabellón deportivo en el que el exministro
de Aznar y presidente Balear Jaume Matas enterró millones y millones de euros de los ciudadanos, con el propósito cumplido de llevarse sin sonrojo parte del botín, la monarquía era ya en España una institución absolutamente desprestigiada y la conexión de los negocios de Matas con el yerno del rey una atractiva senda a explorar jurídica y periodísticamente hablando.
La información y el conocimiento del caso transmitidos a través de las redes han ayudado sin duda a que Cristina de Borbón se siente hoy en el banquillo, del mismo modo que espero que, a no más tardar, los titiriteros encarcelados en Madrid por lo que el ex fiscal y ex magistrado del Supremo Martín Pallín ha calificado de "delirio jurídico" recobren su libertad y puedan dar su versión de unos hechos que los ciudadanos hemos tenido que ir reconstruyendo gracias a las redes, después de que las primeras informaciones, evidentemente de parte, nos hiciesen creer lo que no sólo era increíble, si no que, además, parece no ser cierto, al menos en los términos en que se ha contado.
De no ser por las redes, que desmintieron de inmediato las mentirosas versiones del ayuntamiento de la hoy silenciosa Ana Botella, tampoco estarían hoy sentados en el banquillo de los acusados los presuntos responsables de la muerte de cinco jóvenes en la evitable tragedia del Madrid Arena, Un caso en el que, en su día, no se habló de culpabilidades con la furia con que se está haciendo en el de los titiriteros.
Las redes, tan perniciosas para algunas cosas, cuando su uso es torticero, se convierten en la única forma de rescatar la verdad cuando ésta está en peligro. Por eso hoy me permito parafraseando aquel "¡vivan las cadenas!" con que los españoles recibieron al rey felón Fernando VII a su regreso a España, cargándose y cargándonos de ellas durante casi dos siglos, me permito proclamar ¡Vivan las redes!

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