Como muchos españoles de mi edad, soy oficialmente católico,
y lo soy por dejadez, lo confieso. Lo soy, porque no me he tomado la molestia
de cumplir con el "vía crucis" que la iglesia católica impone a
quienes deciden abandonar "el rebaño". Tampoco lo hecho, es verdad,
porque la impronta indeleble que, dicen, se nos confiere con el bautismo, por
supuesto involuntario, ni es tan impronta ni es tan indeleble, porque el
tiempo, la falta de uso y, sobre todo, la razón son la lejía que borra la
mancha con que, desde hace siglos, la iglesia católica ha pretendido marcar a
"sus" ovejas.
Esa ha sido desde siempre la taimada táctica de esa
institución: tomar posesión de los hombres y las cosas e inscribirlos a su
nombre, como ahora hacen con los edificios cedidos para el culto o quién sabe
para qué más, tomando posesión de los mismos "por los siglos de los
siglos" y convirtiendo en donativo lo que las más de las veces sólo era
una cesión. Por eso nos bautizaron, por eso bautizaron a nuestros padres y a
los padres de nuestros padres, amenazándoles con las llamas del infierno.
Por eso allá donde pueden plantan sus reales, como los
plantaron durante la dictadura en aeropuertos, colegios, hospitales, facultades
y, probablemente, en muchos estadios de fútbol. Sus Iglesias, sus capillas, son
como las banderitas que se clavan en el mapa para marcar los avances y
retrocesos en el campo de batalla. Y defienden cada posición heredada o
conquistada. Defienden lo mismo la capilla de la Complutense en Somosaguas que
la mezquita de Córdoba, una joya artística de la Humanidad toda, de la que se
han apropiado inmisericordemente.
Que yo recuerde, los cristianos, para encontrarse con su
dios, para rezarle o meditar, no necesitan de templos, ni grandes ni pequeños,
basta el recogimiento y eso que llaman fe. Me enseñaron que rezar, se puede
rezar en cualquier momento y en cualquier parte. No entiendo por tanto que haya
que acotar un territorio determinado para hacerlo. Mucho menos entiendo que
haya que llenarlo de símbolos tan tétricos como las cruces, recordatorios de
una tortura de tortura, al fin y al cabo. Tampoco entiendo que esos lugares, si
los hay, hayan de ser exclusivos para uso exclusivo de un culto determinado y,
menos, si están en edificios de todos, como una facultad universitaria.
Recuerdo, a propósito de esto, que cuando España pretendía
ser un país moderno, en plena dictadura, cuando mi familia, como pardillos que
éramos entonces, íbamos a pasar las tardes de los domingos al aeropuerto de
Barajas. Y recuerdo, quizá porque mi madre, creyente, como buena navarra, ella,
quiso algún día oír misa allí, que la que había sido capilla del aeropuerto se
había transformado en un lugar de culto, limpio de símbolos, para que, en él,
cada cual orase, se recogiese, diese gracias a su dios o conjurase sus miedos a
su buen entender y sin molestar o imponerse a los demás.
Por eso no puedo entender que se vaya a juzgar a varios
jóvenes o, mejor dicho, a quienes hace cinco años eran jóvenes, por protestar,
quizá inadecuadamente, contra la existencia de uno de esos lugares de uso
exclusivo para católicos, pagada con el dinero de todos en un ámbito, la
universidad, en el que a lo único que se debe adorar es al conocimiento.
Entre los acusados, que serán juzgados hoy, está la actual
portavoz del Ayuntamiento de Madrid, Rita Maestre, para la que se piden penas
que podrían llevar a su inhabilitación, que en el fondo es lo que pretenden los
acusadores, una vez que Maestre ha pedido y obtenido el perdón del arzobispo,
quien, que yo sepa, es la máxima autoridad, en lo que a estos asuntos
concierne, de la iglesia católica en Madrid. Por eso creo que este asunto forma
parte de la "caza de brujas" a la que somete la caverna, esa caverna
que, como dijo ayer Borja Fanjul -de qué me suena a mí Fanjul- prefiere
ladrones en sus filas a gente que ponga bombas.
Rita Maestre ha sido torpe al negar que hizo lo que hizo
ante las cámaras, pero no por ello hay que acabar con ella, y más aún, cuando
de lo que se le acusa es de un delito de ofensa a los sentimientos religiosos,
eso que antes llamaban blasfemia. Y ahora que lo escribo recuerdo un cartel que
creo haber visto en un libro llamado "Navarrerías", un cartel que
figuraba en un bar y que decía "Prohibido blasfemar sin motivo". Creo
que Rita Maestre que ha sido torpe al defenderse sin verdad y al no asumir que
hizo lo que hizo, podía haber alegado que lo hizo con motivo.
Yo, mientras, quedo aquí expectante y confundido porque,
como no creo, no puedo entender el fanatismo de algunos, que, las más de las
veces, esconde otros intereses inconfesables. No creo y, si no creo, es porque
"soy de ciencias" y me enseñaron a razonar y a encontrar una
explicación plausible más allá de la fe para cada cosa.
1 comentario:
Es que se está tan calentito dentro del rebaño.
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