jueves, 11 de febrero de 2016

POR LAS MISMAS



A veces siento vergüenza de haber pertenecido a una profesión que ya no parece ser la mía, una profesión, mejor dicho, un oficio, un hermoso oficio al que la avaricia y los sueños de grandeza de unos pocos han degradado hasta el punto de convertir a quienes lo practican en portavoces acríticos de quienes tienen poder para deformar la verdad o inventar la suya propia, en beneficio de unos intereses, los suyos, no siempre confesables.
Que conste que también me siento orgulloso de esos compañeros y esas empresas gestionadas las más de las veces por compañeros que hacen de la verdad y el servicio, no ya a sus lectores, lo que llevaría a la autocomplacencia, sino el servicio a la sociedad y a los ciudadanos, que no siempre son la misma cosa su razón de ser. Me siento orgulloso de quienes encuentran un cabo de verdad y, contra viento y marea, contra tanta presión y tantos intereses malsanos, tiran de él hasta llevar la luz a los rincones más oscuros de lo que nos rodea y nos ahoga con engaños.
Desde la tarde del viernes tenemos ante nuestros ojos un caso que explica a las mil maravillas eso que os digo. La denuncia, a todas luces desmedida, de un espectáculo cuyo mayor delito fue, no el de ser inapropiado, sino el de haber sido programado inapropiadamente para un horario y un espacio en el que iba a haber presencia infantil, convenientemente amplificada en las páginas determinados medios de comunicación de la caverna o que se comportan como si lo fuesen, llena de exageraciones y de imprecisiones, llevó a que quienes no escarmentamos y aún confiamos en determinadas cabeceras nos formásemos una idea y una opinión equivocadas de lo que había ocurrido en la plaza del distrito de Tetuán.
Todos creímos, aunque, al menos yo, no llegué a comprenderlo, que unos individuos de ideología anarquista habían aprovechado un espectáculo en el que una bruja mataba a un policía, un juez y una monja, para desplegar una pancarta en la que se leía "Gora ETA". Lo siguiente fue enterarme de que el juez Ismael Moreno, doblemente ofendido por la obrita, porque, aunque no sé si es católico, sí sé que gasta con puñetas toga y fue policía, había mandado a la prisión de Soto del Real, incomunicados y sin posibilidad de fianza a los dos titiriteros que le presentaron y que, para ello, se había hecho eco del relato de los hechos y la petición que le presentó el fiscal y no de la declaración que los titiriteros prestaron ante él. Una decisión, la de encarcelarlos tan severamente, que se reserva para los peores delitos y los peores delincuentes y no para unos simples titiriteros que habían cometido su presunto delito a cara descubierta, a plena luz del día y delante de decenas de espectadores, con un contrato del Ayuntamiento de Madrid, un delito que no podían volver a cometer, porque sus títeres también habían sido detenidos con ellos.
Fue sólo a partir del domingo, cuando algunos periodistas, los de oficio, los que tienen más vocación que ambición o avaricia, comenzaron a hacerse preguntas, comenzaron también a atar cabos y a contarnos la verdad que, ellos sí, habían averiguado. Y fue entonces cuando, por las mismas que la prensa "constitucionalista" les había condenado sin pruebas, comenzaron a convertirles en mártires y a pedir su libertad, al tiempo que se limpiaban a sí mismos de culpa y dirigían sus plumas como cuchillos contra el ayuntamiento.
Por las mismas, tres días después de mandarles a la cárcel de Soto y cinco después de privarles de libertad, ordenó su excarcelación bajo condiciones tan rigurosas y contradictorias que uno pensaría que, como los buzos, necesitasen, él, la fiscal y los titiriteros, unos días en una campana de descompresión, para no marearse por lo que habían hecho, el juez y el fiscal, o lo que habían pasado, los titiriteros.
No me conformo con la libertad de los titiriteros, ni siquiera, aunque sean sobreseídos los desmedidos cargos que pesan sobre ellos. Creo que alguien debería, si no pagar, sí pedir perdón por lo que ha pasado. Y lo deben pedir los periodistas que exageraron los hechos y el juez y el fiscal que les creyeron sin investigar y que ahora, por las mismas, les han puesto en libertad o lo han celebrado sin rubor en sus primeras.
Ya sólo me queda, desde aquí, dar las gracias a diario.es y otros medios como él que han luchado por la verdad y a tantos y tantos juristas que han demostrado que no siempre el perro no come perro y no han dudado en criticar, incluso a calificar como "delirio jurídico", la, cuando menos, irresponsable actuación de sus compañeros.