lunes, 5 de octubre de 2015

FRANCISCO; UN PAPA SIN IGLESIA



Tengo un amigo, un muy buen amigo, que siempre se define como "socialista sin  partido y cristiano sin iglesia". Lo que mi amigo quería decir es que quería, pese a sus creencias,se sentía y quería permanecer libre. Pues bien, tengo la impresión de que el papa Francisco es un poco como mi amigo, aunque haya cometido el grave error de enredarse, como se enreda en la sotana, en la fosilizada estructura de la Iglesia. Y, si he llegado a esa conclusión, es porque concedo a Bergoglio, Francisco para la Historia, el beneficio de la duda  porque me quiero creer el hombre que es, pero le creo incapaz  o, al menos, me veo incapaz de creer que consiga la transformación de la iglesia católica que persigue.
Desde que alcanzó el papado, Francisco ha llenado de buenas palabras y esperanzas a los católicos menos cínicos y más progresistas y, sin embargo, al final, las buenas palabras parecen quedar en eso, su cercanía a los fieles, con los que se cartea y a los que, en ocasiones, ha telefoneado y ha llenado de esas esperanza que, luego, en el día a día, la realidad de la estructura de la iglesia más tangible, la que trata con los fieles y decide por ellos, desde los párrocos a los obispos, se encarga de defraudarles tergiversando, cuando no desmintiendo las buenas palabras del papa.
La iglesia "de toda la vida" defiende su poder, se defiende, enredando los pies de este papa que, a sus ojos va demasiado lejos y demasiado deprisa. Y eso que Francisco parece no querer otra cosa que, con toda prudencia, normalizar en el seno de la iglesia lo que, desde hace ya décadas, es normal en la calle. Pero son demasiados los privilegios y las ventajas de esa iglesia siniestra que escucha en confesión a sus fieles, se mete en sus vidas y en sus camas, les castiga y les prohíbe. Es demasiado el poder cotidiano que ejerce sobre quienes se entregan a ella, esperando una orientación moral y, sobre todo, un perdón que siempre es más ventajoso para los poderosos, para quienes lo pueden comprar.
Dónde quedan las promesas hechas por Francisco de perseguir la pederastia y los abusos. dónde quedan si, al final, los obispos levantan muros y abren fosos para dificultar que los autores de tan terribles y crueles delitos sean juzgados por la justicia de los hombres pero que las más de las veces se limitan a esconderles o trasladarles.
A este papa hay que reconocerle valentía y sentido de la oportunidad a la hora de plantear algunos asuntos cruciales para la sociedad, como hizo ante el Congreso de los Estados Unidos con la pena de muerte o la inmigración, pero, siendo realistas, hay que señalar que estas llamadas de atención que, lo reconozco, otros papas han obviado, no son más que eso, peticiones, puesto que quedan fuera del alcance de su autoridad y que, en lo que realmente depende de ella no parece tener éxito alguno. Dicho esto, hay que recordar que su escala en Filadelfia estuvo motivada por uno de esos encuentros periódicos de afirmación doctrinal, en este caso "de las familia", equivalente al que Ratzinger tuvo en la Valencia de Camps y de la Gürtel.
Y, hablando de la familia, hoy comienza en El Vaticano el Sínodo sobre la Familia en el que deberían enfrentarse el concepto de la nueva familia, las que forman los divorciados, las parejas homosexuales y todas la nuevas formas de unión en torno al amor entre hombres y mujeres, con el anquilosado modelo de castidad, obediencia y sumisión de la esposa que defienden personales tan siniestros como nuestro cardenal Rouco que parece empeñado en convertirse en el nuevo Lefevre que lleve al cisma a esta iglesia que tanto parece resistírsele a Francisco. Y, por si fuera poco, sale a escena el obispo Charamsa, uno de los guardianes de la fe, miembro de lo que hoy sería el Santo Oficio, presentándose en público y "de uniforme" con su novio, "reventando" la apertura que hoy hará Francisco de la reunión. 
Está claro que la imagen de Francisco como hombre, apartado por humildad o por prudencia de las habitaciones en las que vivieron y murieron, salvo Ratzinger, sus antecesores, especialmente, Juan Pablo I, su renuncia a la propia pompa, no a la de la iglesia y su cercanía a los fieles, especialmente a los más débiles y humildes, refuerza su imagen como hombre. Aunque mucho me temo que cada vez se hace más evidente su debilidad como papa de una iglesia que no puede transformar por que no la controla, una iglesia que no tiene.


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1 comentario:

Mark de Zabaleta dijo...

La renuncia...sabiendo practicarla....


Saludos