Reconozco que soy de los que se lo encontraron ya de
eurodiputado, cabalgando de tele en tele su triunfo en las europeas. Y
reconozco que ese fue su gran mérito: haber sabido recoger el voto de una gran
parte de los descontentos que se echaron a la calle aquel 15-M que parece ya
tan lejano para, convertir unas elecciones tan poco atractivas como esas en su
particular trampolín para asaltar, eso llegó a creer, los cielos de La Moncloa.
No le conocía y no le voté entonces. Nunca le había visto en esas tertulias en
las que todo parecía tan fácil, porque en el guirigay de grullas trajeadas y
mentirosas, bastaba con tener un poco de temple, otro tanto de información y
buenos modales para parecer mejor que ellas, las grullas, y quienes
representaban.
He de reconocer que aquellos primeros pasos fueron
deslumbrantes. Era tan distinto del resto, parecía tan distinto. Pero poco a
poco, cuando tocó pasar del escaparate al armario, a la realidad del día, el
gran líder, el político ilusionante comenzó a mostrar su lado oscuro y, con él,
sus flancos más débiles, evidenciando, en un tiempo récord, su gusto por el
poder y su afán por mantenerlo, construyendo un aparato en torno a él capaz de
laminar , como el PSOE en sus "mejores" tiempos, cualquier asomo de
crítica que amenazase el liderazgo de Iglesias y su núcleo duro.
Sin embargo y como dice el clásico, se puede engañar a unos
pocos todo el tiempo o a todos durante algún tiempo, pero resulta imposible
engañar a todos todo el tiempo, y eso es lo que le ha ocurrido a Iglesias que
lleva ya demasiado tiempo confundiendo los platós y el tiempo de los
telediarios y, por ello, organiza su vida y la de su partido pensando más en la
repercusión mediática de sus acciones que en las propias acciones, como acaba
de demostrar con el sainete montado en torno a su asistencia o no a la
recepción de ayer, quejándose primero por no haber sido invitado, para una vez
comprobada la inconsistencia de la queja, porque sí había sido invitado, pasó a
salvar su protagonismo, al menos eso creía, rechazando la invitación en un
ejercicio infantil, trufado de chistes de monitor de boy scout en un fuego de
campamento, sobre la serie de televisión que hubiese regalado al rey, una
torpeza por su parte, porque su presencia es más útil, contestaron a la casa real,
en otras instituciones luchando por la justicia social y combatiendo la
desigualdad, como si su presencia en el acto y en la pelea no fuesen
compatibles.
De modo que su plantón, más que al rey al Estado, dejó todo
la atención de los focos y los corrillos para un exultante Albert Rivera, a
cuyo partido las encuestas colocan muy por encima de Podemos.
Una pataleta de niño caprichoso, este show de Iglesias, que
no ha hecho sino correrle el maquillaje, dejando al descubierto su cada vez más
evidente inconsistencia, con la frustración y decepción que acarrea en quienes
un día creyeron en él. Y es que es muy triste que un partido y muy
especialmente un líder que, hace menos de cuatro años, potencialmente reunían
las esperanzas de tanta gente, haya dilapidado ese capital, yendo de exceso en
exceso y concentrando yodo el protagonismo de la formación en un personaje tan
engreído como su "líder supremo".
Lo de este fin de semana es la culminación de otros muchos
gestos soberbios, empezando por aquel de "marcar" su primer encuentro
con el rey en Bruselas, con algo tan tópico y previsible como el de regalarle
la serie "Juego de tronos", seguido, por ejemplo, con el show que
"montó" en el Senado, presuntamente para dar la bienvenida a Pilar
Lima, la primera senadora sorda de nuestra historia, a la que robó todo el
protagonismo haciendo el "numerito" de "decir" unas
palabras mediante el lenguaje de gestos, con Pilar, la verdadera protagonista
en segundo plano. Y qué decir, por Manitú, de la penosa campaña electoral en Cataluña,
en la que tapó al cabeza de lista Lluis Rabel y a todos los candidatos con sus
shows y su más que dudoso sentido del humor.
No hay que ser muy listo para comprobar que cuanto más
protagonismo concentra Iglesias, más se cierra a las críticas y las alternativas
-ahí está su repudio a cualquier alianza con Izquierda Unida, que, al menos en
mi caso, priva a Podemos de un voto en la generales- menos convence a propios y
extraños, especialmente a los electores que, no sólo en las encuestas, le van
dando la espalda. Quizá a Iglesias le baste con subirse a partir de enero a la
tribuna del Congreso, pero después de tanta purga con guante cibernético de
seda, de tanto estalinismo blando, lo que está claro es que su popularidad y la
de su partido está cayendo y que el que parecía un líder de futuro para este país
tan falto de ellos se ha revelado como un penoso bluff.
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1 comentario:
Al final... todos igual !
Saludos
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