Siento por Adolfo Suárez, no sólo el mayor de los respetos,
sino una gran simpatía, una simpatía que nace, quizá, de la necesidad de
compensar la incomprensión de que hice, hicimos, víctima los españoles de mi
generación a un personaje, en el que no supimos en su día ver el coraje y
el instinto con que desactivó un sistema diseñado para defenderse ç de los
ciudadanos, en lugar de trabajar para ellos, un sistema al que parece que
inexorablemente regresamos.
También me lleva hacia esa simpatía la solidaridad con un
hombre que ha sufrido como pocos en lo privado y que lo ha hecho, sin embargo,
con dignidad y discreción. Es horrible parase a pensar en todo el dolor que ha
tenido que sufrir este hombre, partiendo de la falta de gratitud y el
abandono por parte de quienes a su lado hicieron carrera cuando no fortuna en
la política y acabando en su tragedia familiar, en su mujer y su hija
arrebatadas por la enfermedad, en la enfermedad de su otra hija, en la soledad
que debió vivir cuando pasó de serlo todo a ser apenas un diputado marginal en
el Congreso.
Y todo después de haber sido uno de los protagonistas de la
maniobra política más arriesgada e inteligente que cabía imaginar para llevar a
este país de la más rancia y sangrienta de las dictaduras hacia un sistema de
convivencia que, con sus más y sus menos, nos ha permitido llegar hasta aquí,
con más reproches ahora que en aquellos años y no por culpa de Adolfo Suárez,
sino por la que deriva del desencanto y, por qué no decirlo, del aburrimiento y
la inacción de los ciudadanos.
Considerando todo esto, en estas últimas horas ha sido un
lugar común hablar del Alzheimer, la enfermedad que ha acompañado al primer
presidente de la reinstaurada democracia española, la que le ha privado del
conocimiento y sus recuerdos, como una bendición que le ha puesto a salvo de
toso ese dolor insoportable quizá para un hombre sano.
Una cruel enfermedad que, pese a toda esa literatura, está acabando
con su vida como acaba cada año con la de centenares o miles de españoles.
Por todo ello, por esa simpatía, por ese agradecimiento y
todo lo demás no entiendo lo que está pasando.
No entiendo que el hijo de este hombre primordial para la
reciente historia de España haya tendió la absurda ocurrencia de convocar a la
prensa para anunciar con cuarenta y ocho horas de antelación la muerte de su
padre. No alcanzo a entender qué ha pretendido con ello, si reclamar la
atención de este país sobre su padre, un tanto olvidado en este trepidante país
que hoy mismo trae a decenas de miles de ciudadanos a la capital, para
reivindicar la dignidad perdida que Adolfo Suárez contribuyó a traernos.
Lo que hizo ayer el hijo del expresidente fue una especie de
"spoiler", una especie de "destripe" innecesario con elq ue los amigos nos revientan las historias que nos interesan, un spoiler con el que ha pretendido despejarnos, ignoro
con qué fin, insisto, la última incógnita que quedaba por despejar sobre el
final de la vida de su padre. Un spoiler que, a estas horas, corre ya el
peligro de volverse en su contra, teñido de sarcasmo y que resta intensidad a
ese momento en que nos sorprende el anuncio de la muerte de una persona querida
o admirada.
Puedes leer más entradas de "A media
luz" en http://javierastasio2.blogspot.com/ y en http://javierastasio.blogspot.es y, si amas la buena música, síguenos en “Hernández y Fernández” en http://javierastasio.blogspot.com/
1 comentario:
Peor dicho que tú por supuesto, es lo mismo que comenté ayer de algo tan inusual como lo que ha hecho o ha sido inducido a hacerlo, Suarez hijo.
Un saludo
Publicar un comentario