No hace falta mucha imaginación para deducir qué significado
tiene en Chile, ignoro si en el resto de América Latina, el gesto que,
inconscientemente o quizá no tanto, hace en la foto el ministro. Efectivamente,
es lo mismo que aquí nos decimos cuando, sin ningún miramiento, nos golpeamos
sonoramente el brazo, generalmente el derecho, por encima del codo, con la
palma abierta de la mano del otro, mientras el puño del brazo golpeado permanece
cerrado. Dicho de otro modo, lo que el ministro parece estar haciendo es
mandarnos "a tomar por culo". Porque, aunque no lo pensase, tal
parece que fuese ese el pensamiento del ministro cuando seleccionó a los
miembros del comité de sabios que acaban de proponerle los ejes para la que
pretende ser su gran reforma fiscal.
Sabios en qué o sabios de quién, porque o no tienen idea de
cuál es el tejido social en España o, por el contrario lo saben muy bien y
saben perfectamente qué es lo que quiere escuchar el Gobierno y la buena
estirpe para la que, en el fondo, trabaja. Más que expertos economistas parecen
simples contables de los de antes, los que cobraban la renta a los apareceros
del "señorito", hubiese habido cosecha o no y, de paso, se llevaban
alguna gallina, regalada, claro, o algún virgo, para sí o para el amo.
El retrato de la España que pretenden los contables del
ministro se parece mucho al de la España de Galdós o de Felipe Trigo, esa
España de señoritos siempre a caballo, siempre en calesa, y plebeyos lampando
por sobrevivir. Nos saldrán ahora, como si lo viese, con que el informe no es
vinculante para el Gobierno o con que sus conclusiones no son las suyas. Pero
está claro que, cuando lo encargaron, y lo pagaron, sabían a quién se lo
encargaban y qué le pedían.
A estas alturas, ya no me cabe duda de lo que pedían. Y lo
que pedían no es otra cosa, no puede serlo a la vista de los resultados, que un
conjunto de medidas que, sobre el papel, les permita volver a anunciar en la
próxima campaña de las europeas su falsa promesa de bajar los impuestos, como
si el IVA no lo fuese, y compensando esa falta de ingresos, con la subida del
IVA reducido o gravando la propiedad de la vivienda, pero sin tocar, eso sí, el
impuesto de sociedades, el del patrimonio o el IBI de lis edificios que sigue
rapiñando la iglesia católica española. O lo que es lo mismo, el resultado del
partido sería una vez más Ricos, 1 - Pobres, 0.
Tal parece que a los expertos les hubiese contratado la
duquesa de Alba o cualquiera de sus colegas o que, al menos, les hubiese
sobornado para que no le tocasen "lo suyo", porque la señora duquesa
no tributará por sus fincas o palacios, o no tributará más por ellos, también
quedarían a salvo sus administradores, a los que suponemos bien pagados, porque
el tipo máximo del IRPF que pagan, baja de golpe más de diez puntos, mientras
que a los españolitos de a pie, los que viven de un sueldo apenas por encima
del mínimo para tributar, la bajada del IRPF les supondrá poco más que un café
o unas cañas al cabo del año, frente a los miles de euros que se ahorrarán los
ricos.
Aunque, al final y en parte, el informe sólo sea un globo
sonda, el intento, o invento, no lo sé, es perverso, porque pretende meternos
el miedo en el cuerpo de manera que, luego, cualquier reforma menos rigurosa
nos parezca un mal menor. Algo así como perder una uña, cuando te han advertido
de que lo que podrías haber perdido era el brazo, todo un alivio si nos
olvidamos de que la uña es nuestra y de que también la necesitamos.
Si tenemos la precaución de "echar las cuentas"
veremos que lo que nos van a cobrar de más por todo vía IVA, que lo que
tendremos que pagar por nuestra vivienda "por si algún día la
vendemos", que lo que nos deducirán de la indemnización que nos den si nos
despiden, qué vergüenza, sumado a lo que tendremos que pagar por los medicamentos,
la escuela, las tasas universitarias, las judiciales o lo que perderemos en
calidad de los pocos servicios públicos que nos dejen conservar supera y
multiplica por cien o por mil esos míseros euros que nos van a rebajar del
impuesto sobre la renta.
Otra vez la ley del embudo en su expresión más cruda, otra
vez cavando en el lado de los humildes para ahondar y ensanchar la brecha que
cada vez separa más la vida de los ricos y los pobres. Y, mientras tanto, el
Estado haciendo dejación de su deber de perseguir a quienes defraudan o
malversan e dinero público que reciben. Los directivos de la CEIM que se
quedaban con el dinero destinado a la formación de los trabajadores no lo
hubieran hecho mejor. Nos podríamos haber ahorrado el informe, hubiese bastado
con dar atrás en la máquina del tiempo, porque lo que parece pretender Montoro
es arrebatar a Gallardón el título de ministro más retrógrado del Gobierno,
llevándonos directamente, no ya al franquismo, sino al siglo XIX.
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