El Gobierno anda empeñado estos días, antesala de la campaña de las elecciones europeas, en aquello que mejor se
le da: la propaganda. Ayer, en uno de esos "marcos incomparables", el
Guggenheim de Bilbao, Rajoy disfrazó de cumbre mundial lo que apenas era
un acto propagandístico del Gobierno, destinado a "vender" a las
grandes empresas allí presentes lo que ha hecho con nosotros desde que llegó al
Palacio de La Moncloa hace ya más de dos años.
En el museo, Rajoy había desplegado el equipo económico del
Gobierno, con Guindos a la cabeza y con la cada vez más sufriente y menos
venerable presencia del rey. Y, frente a ese despliegue, apenas estaban
representados aquellos que toman las decisiones en Europa. Ni siquiera
ministros de otros gobiernos. Estaba, eso sí, la temida y todopoderosa Christine
Lagarde -parece mentira, pero Rato nunca lo fue-que, si abrió la boca fue para enmendar la plana a Rajoy y sus
mariachis, echando abajo la tan cacareada reforma laboral, que amén de ineficaz
resulta barroca y mantiene el panorama laboral sembrado de multitud de modelos
de contratos, a cual más oscuro y antisocial, diseñados por quienes se
agarran como fieras a la parte ancha del embudo, dejándonos al resto colgados,
como frágiles gotas del cada vez más estrecho mercado laboral.
Apenas estaban allí los embajadores destacados en
Madrid, para los que aquello era "de obligado cumplimiento, aunque había
presencia, eso sí, representantes de las grandes empresas con intereses en
España, dispuestos a saber qué nuevo jirón de nuestra piel estaba dispuesto a
ofrecerles el señor Rajoy.
No quiero ni imaginar el coste en combustible, en hoteles,
en restaurantes, el del alquiler del museo, el de los servicios de traductores,
el de los forillos y el de toda la parafernalia congresual de la que antes
se encargaban los muchachos de la Gürtel. Mucho menos quiero saber qué
sacaremos en limpio de todo esto, porque me temo que la respuesta es nada,
porque nadie había allí que pudiese ofrecernos nada. Demasiado gasto, para tan
poco beneficio. Sobre todo, si el eco que ha tenido lo que se nos
"vendió" como un "mini Davos" español, no ha pasado
de los titulares diametralmente opuestos que dejaron el propio Rajoy y la
directora del FMI, la conversación entre el rey y el ministro De Guindos sobre
lo que llovía en Los Ángeles, donde éste tiene una cuñada o la manifestación de
protesta por el Foro, perfectamente justificada, pero arruinada por la
violencia de un pequeño grupo de alborotadores y la torpeza de los mandos de la
Ertzantza, incapaces de prever y mucho menos de controlar a los de
siempre.
En fin que, si lo que pretendía Rajoy, era un abanico de telediarios gloriosos y primeras glamurosas, erro el tiro, porque la cosecha, y más en medio de la crisis de Crimea, no podía ser más raquítica y, además, contrarrestada con las imágenes de los incidentes y la conversación de chirigota entre el ministro y el monarca. Demasiado despilfarro con cargo al presupuesto, para tan poco glamour. O sea, propaganda, puritita propaganda.
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