Ayer, aún presa del escándalo que me produjo la sentencia de
un juez de Jaén que autoriza al maltratador de una mujer a vivir en el
domicilio de su víctima o, lo que es lo mismo, condenaba a dicha mujer a vivir
con su verdugo, me preguntaba en Facebook qué hubiese ocurrido si víctima y
verdugo cambiasen sus papeles, es decir, si la mujer fuese la agresora y el
hombre la víctima. La verdad es que, salvo en determinadas esferas sociales,
es difícil imaginar tal caso, pero, aun así, estoy seguro de que ningún
juez obligaría a un hombre maltratado a convivir con su agresora.
Lo más ofensivo de esa sentencia que, aun vista en abstracto
y aislada de las circunstancias, algo que la sociedad espera que el juez, en su
papel de árbitro de las leyes, nunca olvide, resulta incomprensible, es que el
beneficiado por la decisión judicial había sido ya condenado en cuatro
ocasiones por maltrato, por lo que cabría esperar que, en una nueva
convivencia, se volviese a poner en grave riesgo la vida de su víctima,
es que el juez considera que el autor de tales delitos no tendría, si no, a
donde ir.
La sentencia resulta ser todo un verdadero desafío a la
lógica y al sentido común, que espero que el juez haya sabido argumentar con
algo más, porque, la verdad, haberla conocido en pleno repunte de la epidemia
de violencia machista que padece este país parece un insulto a la inteligencia
o una burla a una sociedad que, afortunadamente, cada vez se muestra más
refractaria a los atavismos "culturales" y religiosos que supeditan a
la mujer al hombre y la condenan a sufrir su arbitrario dominio si se
produjese.
A veces tengo la extraña visión de un juez encerrado en su
despacho y enfrentado a montañas de sumarios que lanza al aire para decidir
sobre ellos según caigan del revés o del derecho, para luego tratar de
justificar esa decisión en un enrevesado y sádico ejercicio intelectual que
demostraría que todo puede justificarse con las leyes en la mano, al tiempo que
enerva a la gente simple como yo, que cree que justicia sólo hay una y leyes,
demasiadas.
Algo les pasa a los jueces que, como este de Jaén, son
capaces de ignorar la agresividad manifestada y ya condenada de este hombre
hacia su víctima, pese que el fiscal ya esgrimió contra la pretensión de ese
sujeto dicha circunstancia durante el proceso. No sé dónde hay que buscar, si
en su vida pasada o en la presente, para llegar a entender que entienda lo que
nadie entiende.
Está claro que los que hacen las leyes y las hacen cumplir
no son muchas veces de este mundo. Está claro que difícilmente se van a ver en
sus vidas ante situaciones como ésta, porque cuentan, porque contarían con
recursos suficientes, para no tener que llamar a la puerta de la ofendida. Está
también claro que no viven su vida en un pueblo pequeño, que, todos los sabemos,
a veces se convierte en un infierno grande, y que, por ello tienden a templar
gaitas, a tomar decisiones que, sobre el papel, pueden parecer acertadas o,
incluso, literariamente hermosas, pero en la vida real se convierten en
insoportables.
Dice mi amigo Frenando Delgado, se lo he escuchado muchas
veces, que habría que obligar a arquitectos e ingenieros a vivir un año en
lo que levantan. Yo lo extendería a los jueces, porque sería interesante verles
en los escenarios que dibujan en sus autos y sentencias. Seguro que, antes de
tomar algunas decisiones, se lo pensarían y nunca obligarían a una mujer, o a
quien fuese, a convivir con su verdugo.
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