Acabo de escuchar la entrevista que, en la Cadena SER, Pepa Bueno
ha hecho al etarra arrepentido Iñaki Rekarte. Un testimonio duro y emotivo
que me reafirma en la idea de que el perdón es el único camino para alcanzar la
paz, la personal y la de todo un país. También, que el rencor es cansado,
muy cansado, porque el rencor exige, no sólo recordar continuamente la
ofensa, sino exhibirla ante los demás y transmitirla, a veces a los hijos. Dice
Rekarte en su entrevista que, tras entrevistarse, con un familiar de una de sus
víctimas aprendió que "hay que ser buena persona".
Cuando digo que el perdón es el camino, lo que quiero decir
es que es necesario, como sé que es muy duro, darlo, pero, sobre todo, que es
muy duro y necesario pedirlo. Tan duro, como debe ser quedarse solo en la
noche, cerrar los ojos y recordar que se lleva a las espaldas la muerte de
tres semejantes y la no vida de una veintena más. Iñaki Rekarte ya ha
saldado sus cuentas con la justicia, mejor dicho, con los tribunales, fue uno
de los beneficiados con la anulación de la doctrina Parot, pero llevaba ya
tiempo disfrutando del tercer grado después de repudiar "la lucha
armada", la violencia ciega y cruel de la que participó, y de pedir perdón
a la familia de sus víctimas.
Rekarte cuenta en la entrevista que se decidió a dar el paso
cuando nació el mayor de sus hijos. Y sé que habrá, cómo no, quien
quiera encontrar en esa decisión una salida por la que escapar a la vida
tal y como la entienden los ciudadanos "normales". Habrá quien quiera
ver en ello una estrategia de borrón y cuenta nueva que le permita
"resetear" una vida que no le ha sido grata. No hay más que buscar sus
fotos para comprobar que, de la sonrisa de aquel joven risueño de
hace unos años, apenas queda nada. Su mirada taciturna y melancólica deja claro
que el proceso ha debido ser largo y difícil y que en él, que causó muerte y
dolor, han triunfado el amor y la vida. No hay más que oírle hablar de sus
hijos y de su compañera.
Habrá quien piense que lo que ha hecho Rekarte, lo que está
haciendo prestándose a que se divulgue su caso y colocándose bajo los focos, es
simplemente un trámite. Yo estoy convencido de que no es así, quizá tan difícil
como lo fue en su día el paso dado por "Yoyes" para regresar a su
Ordicia y a la vida y para, al final, morir asesinada de la mano de su hijo,
bajo las balas de quienes habían sido sus compañeros. No es fácil. No,
no es fácil enfrentarse a un tiempo a la vida real y deseable, al
tiempo que al pasado, al rencor de los adversarios y al odio y la incomprensión
de aquellos a quienes creías defender.
A veces, esas cosas acaban mal. Sobre todo, cuando la
decisión es heroica y demasiado personal. Sobre todo, cuando sabes
que, a cambio de ese pedazo de vida de esa maternidad, de esa infancia
feliz que todo ser humano bien pensante debe desear para sus hijos, te
expones a ser utilizado, a ponerte en el escaparate de una política, la de
la reinserción que, en el caso de Yoyes, no estaba aún madura. Por eso deseo
con todas mis fuerzas que a Iñaki Rekarte la vaya bien, que a la vía Nanclares,
con la que alcanzó la libertad y su paz le vaya bien también. Sólo si el
perdón triunfa sobre el del rencor, sólo si los hijos de Rekarte pueden mirar a
la cara a su padre y a quienes fueron sus víctimas, la paz será posible.
Sé, insisto, lo difícil que es hacer el camino íntimo y
personal que lleva a cambiar ese rencor por perdón. Imagino lo difícil que
habrá sido para Iñaki colocarse la etiqueta de "traidor", aceptar enfrentarse a
la mirada de una de sus víctimas y pedirle perdón, volver a su tierra no
como el héroe que quizá algún día soñó ser, sino como un villano o un cobarde
egoísta que ha pasado por el aro.
Muy difícil ha debido ser, desde luego, entre otras cosas,
porque la organización a la que entregó su juventud se desmorona. Pero hay
un camino, el del perdón. El camino que quizá hubiese necesitado Paul Bergman,
el navegante que condujo al Enola Gay sobre Hiroshima, el mismo que, cuarenta
años después de aquella "hazaña", se colgó, quitándose la vida.
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