Hace apenas unos días señalaba desde aquí que, por suerte o
por desgracia, hay jueces y jueces que, con su impronta, transforman, para bien
o para mal, lo que debiera ser tan claro y sencillo como la administración de
la justicia. Pues bien, otro tanto ocurre con los alcaldes, cuyo cometido
primordial debería ser el de procurar el bienestar o la felicidad de sus
vecinos, les hayan o no votado.
Bienestar y felicidad, qué sencillo y qué difícil a un
tiempo. Sencillo de decir y proponer y difícil, muy difícil, de conseguir. Sin
embargo, hay y ha habido alcaldes, incluso aquí, en España, que han conseguido
que sus vecinos alcancen el deseado bienestar o, al menos, la felicidad
que siempre conlleva el orgullo de vivir en la ciudad que mantienen con
sus impuestos y tasas, a cambio de facilitarles la vida.
Uno de esos alcaldes, por desgracia poco habituales, nos
dejó ayer, Día Internacional de la Felicidad, Iñaki Azkuna, el veterano alcalde
de Bilbao, proclamado el mejor alcalde del mundo, y no por los bilbaínos, que
ay se sabe cómo las gastan con lo suyo y con los suyos, sino por la
internacional City Majors Foundation que, en 2012, le distinguió con ese
galardón. Yo, la verdad, no sé si Azkuna fue el mejor alcalde del mundo, ni
siquiera sé si fue el mejor alcalde de España, lo que sé es que fue un buen
alcalde de Bilbao y, sobre todo, un alcalde muy querido dentro y fuera de
Bilbao. Dicen los que le conocieron que tenía tanta simpatía como mal genio y,
la verdad, siempre que tuvo ocasión dio muestras de una y otra cosa. Fue
también un tipo muy peculiar, capaz de despedirse uno por uno de sus amigos y
muchos colegas, bien en persona, en reuniones más o menos discretas, o
bien por cartas como la que encontró en la mesa de su despacho Xavier Trias,
el alcalde de Barcelona.
Qué diferente este tipo, que nos enseñó a los de fuera de
Bilbao a querer a esa ciudad como la quieren los nacidos allí, sobre todo, en
circunstancias no siempre agradables, qué diferente de la alcaldesa que nos ha
tocado en mala suerte a los madrileños, una mujer que no dudó, en
circunstancias tan terribles como las de la trágica muerte de cinco jóvenes en
instalaciones municipales, a causa de una preocupante y escandalosa dejación de
sus responsabilidades de funcionarios públicos y con los cuerpos aún calientes
de las jóvenes víctimas, en regresar a sus relajado spa cerca de Lisboa. Eso,
por no hablar de la desastrosa gestión de cuantos asuntos han caído en sus
manos, desde esa crisis, que le costó la dimisión de sus colaboradores más
directos, a otras como la de la candidatura olímpica de Madrid, la huelga de
basuras, cuyos servicios mínimos inspeccionó en tacones y con abrigo de pieles.
Un desastre, en fin, que esperemos que las urnas se lleven lejos, aunque hay
quienes la sitúan ya, no sé con qué fundamento, al frente del Ministerio de
Sanidad,
Una pesadilla de alcaldesa que ayer tuvo la desfachatez de
bajarse, en un gesto más que demagógico, dos mil euros al año su salario, poco
más de ciento cuarenta euros en cada una de sus catorce pagas, mientras son
decenas de miles los trabajadores municipales que han visto recortado seria
ente su salario, si no han ido al paro durante su gestión.
Está claro que esta señora, a la que abuchean hasta los
devotos del Jesús de Medinaceli por saltarse la cola, no tiene la menor empatía
con sus vecinos. Nada que ver con el desaparecido Azkuna o Tierno Galván, el
"viejo profesor", cuya leyenda superaba con creces sus virtudes, pero
que supo transmitir a esta ciudad de Madrid la ilusión y el orgullo de mirarse
que nunca más ha vuelto a sentir.
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