Recuerdo, qué curioso comenzar así una entrada que he
titulado "Desmemoria", cómo mi profesora de francés en el bachiller,
Madame Ivette, nos aliviaba las clases haciéndonos leer artículos de una
revista semanal francesa de aquellas que años después comenzaron en España a
divulgar la Historia., una revista que, a finales de los sesenta, aún no tenía
incómodos equivalentes en nuestro país. Recuerdo lo difícil que fue
conseguirla, directamente en la distribuidora de la calle de la Reina, y
recuerdo un artículo que me dio que pensar y que, de vez en cuando me viene a
la cabeza. Ni de lejos sospechaba yo entonces que me dedicaría al periodismo y,
sin embargo, aquel artículo versaba sobre la facilidad con que los medios
transforman la realidad en sus audiencias.
El artículo estaba basado en una encuesta en la que, tras el
multitudinario entierro del cómico Fernandel, el primer acontecimiento de masas
retransmitido en directo por la aún entonces televisión en blanco y negro, se
preguntaba a los encuestados si estuvieron en las calles de París al paso del
cortejo. El curioso resultado no deja de sorprenderme aun hoy. Resulta que, al
cabo de unos meses, una gran parte de los preguntados no era capaz de precisar
si estuvo o no estuvo en las calles o vio el entierro en un televisor y, más
curioso aún, gente que no estuvo allí afirmaba fehacientemente que fue uno de
los miles de parisinos que se echaron a la calle.
Por qué traigo esto a colación. Está claro que si lo hago es
para señalar que la memoria es muy débil, tanto como para que se borren o nos
borren con facilidad recuerdos de lo vivido, como para que se fijen en ella
recuerdos inventados. Algo que desde hace tiempo viene ocurriendo en España, y
de lo que las largas horas que llevamos ya invertidas en la despedida de Adolfo
Suárez se han convertido en paradigma, porque, de alguna manera, consciente o
inconscientemente, intencionadamente o no. nos están cambiando la memoria.
Nos están hablando de la transición como un periodo de vino
y rosas, cuando, pese al importantísmo y corajudo papel jugado por Adolfo Suárez en aquellos años, el aparato
franquista siguió campando a sus anchas y la Policía y la Guardia Civil
mostraron su peor cara, con manifestantes muertos en las calles, con torturas
en comisaría y con algo tan espantoso como la matanza de los abogados del
despacho de la calle Atocha. Y qué curioso que haya tenido que ser una joven
estudiante que ni siquiera había nacido por aquel entonces la que haya puesto
esta mañana en la radio los puntos sobre las endebles íes de nuestra memoria.
Se han dicho muchas cosas y no siempre ciertas, He
escuchado, por ejemplo, elogiar a Suárez por haber sabido dimitir, cuando el
pueblo dejó de estar conforme con su gestión. Nada más lejos de la realidad,
porque si Suárez dimitió fue para tratar de evitar el golpe de estado que ya
estaba en marcha y que, pese a su sacrificio, siguió adelante.
También he escuchado encendidos elogios, melosamente
acríticos, de quienes no hicieron sino soltar hiel sobre su figura mientras
estaba en el poder. Y la realidad no es ni una cosa ni otra., porque Suárez
tuvo muchos aciertos, como también tuvo muchos errores y, aunque el resultado
fue aparentemente bueno, podía haber sido otro o no ha sido tan bueno como
quieren hacernos creer.
Para lo que si han servido tantas horas dedicadas al
presidente fallecido y a aquellos tiempos ha sido para que podamos establecer
diferencias, diferencias que dan vértigo y que confirman que, si no cualquier
tiempo pasado fue mejor, sí, al menos, cualquier líder pasad tuvo más grandeza.
Hoy me ha sabido mal que, desde la izquierda y la derecha,
todos se hayan echado sobre Artur Mas, un oportunista donde los haya, que se
atrevió a decir que Suárez no hubiese dejado pudrirse el conflicto con Cataluña
como lo está dejando pudrirse Rajoy -si las palabras no son exactas, ese es el
espíritu de lo que dijo- y creo que fue tan inoportuno como certero y mucho
menos demagogo que el succionado Margallo, que dijo sin inmutarse que Suárez
habría hecho lo mismo que su jefe Rajoy.
En fin, lo que quiero decir es que la memoria es flaca y
que, al igual que la radio, la televisión y la prensa fijan con su
omnipresente contaminación del lenguaje, horribles palabros de los que no nos
defiende ni la Real Academia, la radio, la televisión y la prensa deforman
groseramente la realidad y fijan recuerdos falsos o alterados en nuestra
memoria, convirtiéndola en desmemoria. También que, como he escuchado a alguien que ahora no recuerdo. Los líderes políticos de este país, como otras muchas cosas en él, han ido de mal en peor.
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