Vivimos tiempos extraños, tiempos en los que, como si de una
cinta transportadora que vierte en un vertedero, la actualidad va incorporando
y desechando los asuntos de que se ocupa a velocidad tan vertiginosa que nos
sentimos incapaces de asimilarlos y, sobre todo, de medir en profundidad su
trascendencia. Por eso, las más de las veces, quienes manejan la información
encierran los contenidos en titulares que, como las bolsas de basura, los hacen
más atractivos y soportables mientras transitan por esa cinta sin fin en que se
han convertido los medios.
Es el vértigo de la vida que nos ha tocado vivir. Pasmos de
Cifuentes y su máster, a Torra y sus tuits. de los que pasamos al expediente
académico de Pablo Casado y de él volvemos a Torra y su gobierno de consejeros
entre rejas o en fuga, pero cuando todo parecía ya visto, aparece, entre los
redobles del "más difícil todavía" Pablo Iglesias, Irene Montero y su
insensato chalé al pie de la sierra madrileña, rematando una realidad que, si
no fuese por su patetismo, podría llegar a ser divertida.
Quién iba a decirnos que, en esta actualidad de sainete
chusco, Cristina Cifuentes iba a dimitir, no por su escandalosos máster, sino
por un par de tarros de crema antiarrugas que, caprichosos, se colaron en su
bolso, hace ya casi ocho años. Quién iba a decirnos que, cuando más necesario
se hacía el seny, los sensatos catalanes iban a acabar en manos de un insensato
incendiario, como Torra. Quién nos iba a decir, en fin, que la mayor crisis de
la igualitaria Podemos iba a desencadenarse por la compra de un chalé de más de
seiscientos mil euros y que tamaña insensatez de iniciativa y disfrute personal
iba a llevarse a las bases del partido para que eligiesen entre perder a sus
bien amados líderes o renunciar a la coherencia del discurso del partido.
Se justifica la pareja o, más bien, les justificó ayer ante
las cámaras de la Sexta su intolerante amigo Juan Carlos Monedero, uno de esos
personajes que cree que hablar sin pausas y en voz alta equivale a tener razón,
en que ya no pueden vivir entre la gente corriente, como vive la gente
corriente, porque se sienten acosados, ellos, que se han expuesto en las redes
como ningún personaje de la política lo había hecho.
Hace ya mucho tiempo que dejé de creerme a Pablo Iglesias.
Es más, nunca creí en ese mesías que, en pleno siglo XXI, como un predicador
medieval, se empleaba a fondo contra los pecados de la casta y nos daba a todos
lecciones de sencillez, mientras podaba a su gusto el jardín de su partido,
aislando o arrancando de raíz a cualquiera que osase criticarle o hacerle
sombra, hasta acabar rodeado de una cohorte de protegidos que le protegen. Por
eso, cuando el jueves me enteré de que la pareja había decidido llevar a cabo
su proyecto de vida en un chalé de 250 metros cuadrados, rodeado de más de 2000
de jardín, con piscina y casa de invitados, yo, que me crié, junto a mis padres
y tres hermanos, en un piso de apenas 65 metros cuadrados, frente a un mercado
del barrio de Carabanchel, me indigné como hacía tiempo que no me indignaba.
Y si me indigné de esa manara, fue porque pensé que la
decisión de Iglesias y Montero, personalmente lícita, políticamente no es más
que una estupidez de dos niños pijos que pone en peligro la coherencia del
discurso de su partido, porque, amén de ponerlo, más aún si cabe, en el punto
de mira de quienes desean acabar con el partido que, lo parecía, iba acabar con
la izquierda domesticada en España.
Que la compra de ese chalé había sido una estupidez mal
calculada por quien se cree tan listo, lo tuve claro desde el principio, pero
que el desenlace iba a acabar siendo tan patético como de momento lo está
siendo no podía ni imaginarlo. Por eso, cuando el sábado los vi aparecer,
lívidos y compungidos, como un niño que ha roto su juguete, culpándonos a los
demás del estropicio y pidiendo a las bases de Podemos que
"socializasen" su metedura de pata refrendándola en un plebiscito que
se celebrará entre sus "inscritos" esta semana, sólo tuve un pensamiento:
no volver a votar una lista encabezada por personajes tan patéticos como lo es
esta pareja. Entre otras cosas, porque, si creen que han hecho mal, basta con
que dimitan, No tienen que andar preguntando a sus "inscritos" qué si
está bien o mal. Eso se lo van a decir en las urnas sus votantes y ya les
anticipo que van a ser muchos menos. Por eso no les perdono su patetismo ni su
irresponsabilidad, por cargarse con su pija incoherencia lo poquito que nos
queda de la izquierda, por eso sólo deseo que, si finalmente se lleva a cabo la
consulta, las bases, como se dice en mi barrio y en esa Vallecas de la que tanto
presume don Pablo, les den boleto, para poder empezar de cero, sin vicios, camarillas ni personalismos. La izquierda se lo merece y se merece unos líderes menos patéticos y que se miren menos el ombligo.
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