Anda el patio alborotado por los delirios nacionalistas
-supremacistas, dicen- de quien hoy será elegido president de la Generalitat y
no se dan cuenta de que es el nacionalista designado por la cúpula nacionalista
para gobernar a los catalanes los próximos cuatro o quién sabe cuántos años. Qué
esperaban de un nacionalista, al menos de un nacionalista puro. Los
nacionalistas, sean de donde sean, también y especialmente los españoles, son
todos supremacistas, al menos en el territorio que pretenden, porque se
encaraman a la diferencia para justificarse y no conozco a nadie que se señale
a un tiempo diferente e inferior a sus vecinos, a nadie que pretenda imponerse
desde abajo a los demás, todos se creen distintos, se creen mejores y son, casi
siempre y por desgracia, excluyentes, hasta el punto de creer, valga la broma,
que nuestra “parejita” eurovisiva iba a ganar, porque era la mejor y, si era la
mejor, lo era porque era la nuestra
Joaquim Torra, el elegido por Puigdemont que ha aceptado el
resto de la cúpula nacionalista tiene el cuello endurecido de tanto mirar al
pasado y la mirada un tanto deslumbrada de tanto brillo como ha sacado al
pasado, no siempre heroico de Cataluña, virtudes para unos, los nacionalistas,
que, para mí, son defectos, si lo que se pretende que haga es conducir a
Cataluña y los catalanes hacia ese futuro que sueñan, que todos soñamos, mejor.
Para desgracia de todos, el panorama que se abre con Torra
en Cataluña vuelve a ser la constatación de la máxima que nos dice que
cualquier situación por mala que parezca es susceptible de empeorar, porque
quienes toman las decisiones y llevan años tomándolas sólo en un puñado de
cosas intangibles que en nada mejoran la vida de los ciudadanos, más allá de lo
que, para algunos, no para todos, no son más que sueños.
Cabe preguntarse el porqué de esta elección-designación,
tomada en Berlín sin luz ni taquígrafos suficientes. Yo me inclino a
pensar que la mayor virtud de Torra ante los suyos es la de no estar afiliado a
unos ni a otros, aunque queda claro que se trata de un hombre de Puigdemont, un
hombre instalado en la provisionalidad, dispuesto a quemarse en la pirotecnia
del procés mientras se celebra el juicio a los procesados, valga la
redundancia, por los hechos que llevaron a la aplicación del 155.
Mi única esperanza es que, a Torra, le guste el cargo tanto
como le gustó a Puigdemont y que, como él, traicione las expectativas que sobre
él se han forjado. Recordemos que Puigdemont, aconsejado por Urkullu, uno de
los pocos nacionalistas sensatos que conozco, pareció por unos instantes, unas
pocas horas, instalado en la duda y dispuesto a no dar el terrible e inútil
paso que finalmente dio: la proclamación de la efímera República Catalana.
Por más vueltas que le doy y después de escuchar a
Javier Sardá lo que Oriol Junqueras le dijo, con un cristal de por medio, en un
locutorio de la prisión de Estremera: que, como político, creyó que su
obligación era quedarse, a pesar de la cárcel, en lugar de huir, en una clara
alusión y como reproche al fugado Puigdemont, por más que trato de encontrarle
una explicación al sorpresivo nombramiento de Torra. sólo la veo en que
Esquerra, no Junts per Catalunya, no quiere otras elecciones, la misma que
tendría la abstención de la CUP, porque unos y otros y de ser ciertas las encuestas,
perderían escaños, en un momento en el que el soberanismo pierde fuelle y
necesita que alguien reavive el incendio.
Ojalá Torra le salga rana a Puigdemont, como él nos
salió rana a quienes le creímos más sensato y más dialogante, ojalá este
"mini yo" del fugado president acepte, pese a su discurso instalado
en la confrontación, el diálogo con un Rajoy aparentemente moderado. Sería
bonito y reconfortante que así fuese, al menos hasta que uno y otro se midan en
las urnas que liman aristas y todo lo suavizan. Quizá así los catalanes
tuvieran el gobierno eficaz y realista que siempre les supusimos. Así que, como
allí se dice "anem per feina".
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