Escribo esto mientras los bomberos y los servicios de
rescate de Madrid buscan entre los escombros de un edificio del madrileño
barrio de Chamberí siguen buscando a dos obreros atrapados entre las ruinas
de un proyecto que pretendía convertir en viviendas de lujo un edificio de
más de noventa años, y la tragedia se convierte en una triste parábola de lo
que nos está pasando a los españoles, nos vea o no, el cada vez más previsible,
plano y demagogo Albert Rivera.
A estas horas aún no sabemos si el PNV apuntalará por dos
años más el gobierno de Mariano Rajoy pero lo que sí sabemos es que esos dos
años de prórroga, si los nacionalistas vascos se los llegan a dar a cambio de
unos comodines electorales que, por desgracia, pagaremos entre todos.
Y, mientas esto ocurre, Eduardo Zaplana, la sonrisa del
régimen en los mejores años de Aznar, el José Solís Ruiz de la democracia o lo
que quiera que fuese lo que había en esos años, ha pasado su primera noche en
manos de la Guardia Civil, que le investiga en coordinación con un juzgado de
Valencia por no haber tenido la prudencia ni la paciencia necesaria para
aflorar y blanquear todo lo que saqueó en sus años de presidente de la
Generalitat de Valencia, una de las dos tetas de las que mamaban el PP y los
suyos, para tomar ventaja en las urnas y en la vida del resto de los mortales,
esos que Rivera no es capaz de distinguir, aunque los hay que trabajan y que
no, que comen y que no, con futuro y sin él.
Ahora, como en la tragedia de Chamberí, toca salvar lo que
se pueda del edificio cochambroso en que se ha convertido nuestra política, una
estructura carcomida por cuatro décadas de aciertos y, también, de trampas y
abusos. El PP, campeón hasta hace apenas cinco años de la democracia española,
está en sus horas más bajas, con ministros que han conocido los calabozos, con
dirigentes y representantes en todas las administraciones que han sido pillados
metiendo la mano en la caja y, sobre todo, frente a una alternativa
conservadora que, por más que el PSOE a veces lo pareciese, nunca tuvo.
Sin embargo, esto no ha hecho más que empezar, el PP y, con
él, todos nosotros vamos a pagar con dolor y frustración tanta candidez, tanto
dejar hacer a "los nuestros", sin pararnos a pensar que, a lo peor,
"nos la estaban pegando" con su ambición, con su codicia y su
impostura. Hoy parece que ya lo vamos teniendo claro, pero sólo lo parece,
porque, de ser certeras las encuestas, vamos de cabeza a la trampa que nos
tiende el capital con una derecha de nueva generación, fabricada con los
egoísmos y los prejuicios de quienes llevan años votando como quien juega a la
ruleta rusa. más pendientes de que ganen "los suyos" que de que quien
gane los haga bien y para todos. Y no es eso lo peor. Lo peor es que, si lo que
dicen las encuestas se confirma, los españoles le daremos el gobierno a
Ciudadanos, un partido surgido, como esos productos que se anuncian con una
incógnita, del márquetin, de una campaña publicitaria novedosa protagonizada
por un joven Albert Rivera que aparentaba enseñarlo todo y todo lo ocultaba,
salvo su anticatalanismo.
Ahora, después de ganar las últimas elecciones catalanas,
está a punto de ganar las generales y, si lo hace, es porque le hemos dado el
trabajo hecho, le hemos dejado un edificio casi ruinoso que no tiene más que
ocupar, aunque para ello tenga que hacer un casting para completar las listas
que, con sus militantes, no es capaz de llenar. Le dejamos un edificio en
ruinas del que aprovechará la fachada y poco más, como el grupo Rockefeller
hizo con el de Chamberí. Lo malo es que, con los materiales con que quiere
reconstruirlo por dentro y con el cemento de su ambigua ideología, a lo peor,
se hunde como el de la calle Martínez Campos y, como a los obreros que
trabajaban en él, nos pilla dentro.
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