miércoles, 23 de mayo de 2018

EL HUNDIMIENTO


Escribo esto mientras los bomberos y los servicios de rescate de Madrid buscan entre los escombros de un edificio del madrileño barrio de Chamberí siguen buscando a dos obreros atrapados entre las ruinas de un proyecto que pretendía convertir en viviendas de lujo un edificio de más de noventa años, y la tragedia se convierte en una triste parábola de lo que nos está pasando a los españoles, nos vea o no, el cada vez más previsible, plano y demagogo Albert Rivera.
A estas horas aún no sabemos si el PNV apuntalará por dos años más el gobierno de Mariano Rajoy pero lo que sí sabemos es que esos dos años de prórroga, si los nacionalistas vascos se los llegan a dar a cambio de unos comodines electorales que, por desgracia, pagaremos entre todos.
Y, mientas esto ocurre, Eduardo Zaplana, la sonrisa del régimen en los mejores años de Aznar, el José Solís Ruiz de la democracia o lo que quiera que fuese lo que había en esos años, ha pasado su primera noche en manos de la Guardia Civil, que le investiga en coordinación con un juzgado de Valencia por no haber tenido la prudencia ni la paciencia necesaria para aflorar y blanquear todo lo que saqueó en sus años de presidente de la Generalitat de Valencia, una de las dos tetas de las que mamaban el PP y los suyos, para tomar ventaja en las urnas y en la vida del resto de los mortales, esos que Rivera no es capaz de distinguir, aunque los hay que trabajan y que no, que comen y que no, con futuro y sin él.
Ahora, como en la tragedia de Chamberí, toca salvar lo que se pueda del edificio cochambroso en que se ha convertido nuestra política, una estructura carcomida por cuatro décadas de aciertos y, también, de trampas y abusos. El PP, campeón hasta hace apenas cinco años de la democracia española, está en sus horas más bajas, con ministros que han conocido los calabozos, con dirigentes y representantes en todas las administraciones que han sido pillados metiendo la mano en la caja y, sobre todo, frente a una alternativa conservadora que, por más que el PSOE a veces lo pareciese, nunca tuvo.
Sin embargo, esto no ha hecho más que empezar, el PP y, con él, todos nosotros vamos a pagar con dolor y frustración tanta candidez, tanto dejar hacer a "los nuestros", sin pararnos a pensar que, a lo peor, "nos la estaban pegando" con su ambición, con su codicia y su impostura. Hoy parece que ya lo vamos teniendo claro, pero sólo lo parece, porque, de ser certeras las encuestas, vamos de cabeza a la trampa que nos tiende el capital con una derecha de nueva generación, fabricada con los egoísmos y los prejuicios de quienes llevan años votando como quien juega a la ruleta rusa. más pendientes de que ganen "los suyos" que de que quien gane los haga bien y para todos. Y no es eso lo peor. Lo peor es que, si lo que dicen las encuestas se confirma, los españoles le daremos el gobierno a Ciudadanos, un partido surgido, como esos productos que se anuncian con una incógnita, del márquetin, de una campaña publicitaria novedosa protagonizada por un joven Albert Rivera que aparentaba enseñarlo todo y todo lo ocultaba, salvo su anticatalanismo.
Ahora, después de ganar las últimas elecciones catalanas, está a punto de ganar las generales y, si lo hace, es porque le hemos dado el trabajo hecho, le hemos dejado un edificio casi ruinoso que no tiene más que ocupar, aunque para ello tenga que hacer un casting para completar las listas que, con sus militantes, no es capaz de llenar. Le dejamos un edificio en ruinas del que aprovechará la fachada y poco más, como el grupo Rockefeller hizo con el de Chamberí. Lo malo es que, con los materiales con que quiere reconstruirlo por dentro y con el cemento de su ambigua ideología, a lo peor, se hunde como el de la calle Martínez Campos y, como a los obreros que trabajaban en él, nos pilla dentro.

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