lunes, 30 de noviembre de 2015

LA RESPONSABILIDAD DE LOS POLÍTICOS


Una de las cosas que más claras me quedaron a lo largo de mis años de profesión es la de que, al final, las cosas son tan sencillas como parecían en un principio. Esa y la de que si los políticos, nuestros políticos, a la hora de tomar sus decisiones, en lugar de arriesgar el bienestar o la riqueza de todos, arriesgasen la suya propia, serían mucho más prudentes y ecuánimes. Pero no, como, hagan lo que hagan, las consecuencias, hagan lo que hagan, si lo que hacen se ajusta a las leyes que ellos mismos han dictado, no va a producirle mermas en su patrimonio ni va a llevarles a prisión.
¿Alguien puede pensar que, si Alberto Ruiz Gallardón, hubiese arriesgado algo más que el bolsillo de los madrileños y el de los hijos y nietos de los madrileños en las suntuosas obras que emprendió en sus años al frente del ayuntamiento de la capital las hubiese llevado a cabo? Estoy seguro de que no. Es más, también estoy seguro de que una obra como el soterramiento de la M-30, un enorme túnel envenenado, construido al margen de la ley, del que los grandes beneficiados han sido las grandes constructoras que, como siempre, dispararon los costes y acabarán devolviendo los favores recibidos en diferido y en forma de asesoramiento simulado, jamás se hubiese llevado a cabo si el entonces  alcalde de Madrid se hubiese jugado algo suyo en ella.
Pero Gallardón no se jugó nada. Ni siquiera perder las elecciones cuando se descubrió el pastel. ya que, cegado por su ambición política, tuvo a bien emprender una huida hacia adelante que acabó en el Ministerio de Justicia, donde, sin obras que ejecutar, juegos olímpicos que prometer, ni espectáculos en los que lucirse, dio la justa medida de su mezquindad, acabando con un prestigio, el suyo, tan inmerecido como inexplicable, porque he de reconocer que lo tuvo y que combatirlo me costó más de un disgusto con aquellos a quienes, deslumbrados por su inmerecido y convenientemente cultivado "don de gentes", les costó quitarse la venda para ver quién era en realidad este pequeño faraón.
Dicen que lo que perdía a Gallardón era su afán de cortar cintas,  dejar su nombre grabado en placas conmemorativas o al pie de las leyes que promovió por más retrógradas que fuesen. Afán por pasar a la Historia, un afán parecido al de alguien que, aunque parezca imposible, guarda muchos parecidos con él en su trayectoria.
Estoy hablando, claro está, del presidente en funciones de la Generalitat de Catalunya, experto, como Gallardón, en el derroche, en su afán de trascender y hábil, o no, quién sabe, practicante del arte de huir hacia adelante, porque lo que viene haciendo Artur Mas desde que comenzó la crisis no es otra cosa que huir hacia adelante para camuflar en su nube de tinta independentista su pésima gestión al frente de la Generalitat que ha tenido como consecuencia el desmantelamiento, anterior y quizá más profundo, del estado de bienestar de los catalanes, así como el hundimiento de sus cuentas, incapaz de hacer frente a los compromisos más elementales, en tanto que extendía la presencia de Cataluña en el mundo, en algo que retrataría así una vieja canción infantil "Tanto coche de lujo, tanto boato y en llegando a casa no tienes plato".
En esa loca huida ha acudido a las urnas tres veces, cada vez con peores resultados, ha destrozado la  que parecía indestructible CiU, ha disuelto su propio partido, se ha inventado coaliciones y, todo, para mantenerse, o al menos intentarlo, al frente de la Generalitat, dejando atrás un pasado cada vez más turbio e indigno. Un desgaste en el que él siempre saca la cabeza de entre los escombros, a costa, eso sí, y es mi opinión, de Cataluña y los catalanes.
Su empecinamiento en presidir la Generalitat  de la transgresión, la que desconectaría de España, va camino de descuartizar el sueño independentista, porque, ahora que las bases de las CUP le han dado su no definitivo ha colocado a Cataluña en un impasse en el que los verdaderos problemas de los catalanes, independentistas o no, parecen no tener importancia y, sobre todo, no se resuelven. Dos meses en los que el prestigio de Cataluña en el exterior va minándose poco a poco y en los que el balance entre las empresas que se van y las que llegan es francamente desfavorable para los intereses de Cataluña.
La pregunta es ¿alguien reclamara a Mas algún día toso el dinero y el prestigio que le está costando su aventura a Cataluña? Me temo que no, pero Mas, al igual que Gallardón y tantos otros, debería hacer frente con algo más que su prestigio, que no parece importarle, a tanto desastre.


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