viernes, 20 de noviembre de 2015

CUARENTA AÑOS YA


Ahora que se cumplen cuarenta años de la muerte de Franco, caigo en la cuenta de que se cumplen cuarenta años de muchas cosas. Por ejemplo, cuarenta años de mis veinte, de mi pelo largo, de mis casetes de música selecta de mis primeras lecturas apasionadas, del descubrimiento de la vida, el amor y el sexo, en aquel entonces no éramos precisamente precoces y yo, particularmente, nunca fui de los más avispados. También los años del descubrimiento del activismo político, fundamentalmente y como muchos otros, en la universidad.
Recuerdo los ecos de la larga agonía del dictador, la gravedad en la voz de , por ejemplo de Florencio Solchaga, a la hora de recitar aquellos partes firmados por el equipo médico habitual, las flebitis, las hemorragias, ese goteo constante de datos oscuros en los que algunos eran capaces de leer la luz del final. La larga agonía de un sátrapa en manos de su codicioso yerno que fue capaz de fotografiarle inconsciente, ensartado por vías y tubos, lleno de electrodos, más muerto que vivo, mantenido en este mundo cruel y artificialmente quizá con el único fin de arreglar las cuentas de la familia antes de su desaparición, cuentas de las que aquellas  fotosespeluznantes, por las que años más tarde obtuvo una suculenta suma, formaban parte sin duda 
Recuerdo la tarde de aquel día buscando champán, creo que entonces no le llamábamos cava, por las tiendas de ultramarinos de los alrededores de Bravo Murillo, aún eran raros los supermercados y no digo ya las "grandes superficies" y recuerdo que a esas horas ya nos costó, porque se había agotado. Recuerdo los días siguientes y recuerdo, en el comercio de mis padres, las lágrimas de algún vecino que por fin se atrevía a contar entre sollozos el dolor causado por el muerto y recuerdo también las imágenes del duelo. Aquella larga cola en la calle Bailén en la que, luego lo ha comprendido, no sólo estaban los fieles al "caudillo", sino muchos otros españoles que, simplemente, no querían perderse tan histórico momento o, lo sé de alguno, querían darse el gusto de ver al tirano muerto.
Han pasado cuarenta años y, de nuevo, los nostálgicos pretenden reunirse en una cena homenaje al responsable quizá de su fortuna, grande o miserable, y, de nuevo, a las "redes" que aquel militar bajito y resentido por no haber podido ser marino jamás pudo imaginar, llegan millares de firmas para que se impida.
Han pasado cuarenta años y, hoy, Franco es apena un recuerdo, unas líneas en los textos de historia de nuestros hijos, en ese capítulo que nunca se da. Han pasado cuarenta años y los jóvenes que ya no saben ni sabrán quién fue son legión- Han pasado cuarenta años y, para muchos, estría mejor en el olvido, pero no sería justo, porque cuarenta años después de su muerte, no diré que plácida, en la cama de un hospital, público, por cierto, hay muchos españoles, demasiados, que aún lloran todas esas heridas, todavía abiertas, que el dictador causó a su familia en los cuarenta años de sangre y miedo que tubo a España sometida. Familias que lo perdieron todo, familias que tuvieron que huir de noche de su pueblo, familias que tuvieron que dejar el país, familias que se partieron, familias que aún buscan a sus muertos. Por eso y dejando constancia de que, a la mía, aquella tragedia apenas la rozó, creo que ni Franco ni sus fechorías deben ser olvidados. Por eso me indigna que personajes, como ayer Bertín Osborne, se "encabronen" porque haya quien quiera recordar, encontrar y enterrar dignamente a sus muertos y nos restrieguen a los suyos para obligarnos a olvidar. Nunca una mancha puede limpiar otra y, estoy seguro, sus muertos fueron enterrados ya con dignidad.
Han pasado cuarenta años desde que aquellos cuarenta años ominosos llegaron a su fin y espero que no haya que esperar otros cuarenta para que se sepa por fin la verdad y se le cuente, toda, a las nuevas generaciones de españoles, para que tales errores, tales horrores, no se vuelvan a repetir.


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1 comentario:

Mark de Zabaleta dijo...

Excelente artículo...


Saludos