Confieso que soy de los que han sucumbido al embrujo de la
incertidumbre y la tensión, confieso que soy de los que la noche del viernes al
sábado, al no poder dormir después de escuchar, casi por casualidad, las
noticias de las explosiones y los tiroteos en París, pe pegué al televisor y,
saltando de canal internacional en canal internacional, esperé a la trágica
resolución de la toma de rehenes en el Bataclan. Y, del mismo modo, he de
confesar que fue poco lo que saqué, apenas asistir al espectáculo de las
imágenes en bruto de cámaras fijas en distintos escenarios, movimientos
policiales que no se acababan de explicar, destellos de luces de emergencia y
sirenas y poco más,
Miento. También fui testigo del lamentable espectáculo de
alguna de las cámaras intentando penetrar en el hospital de campaña en el que
era atendidos algunos de los heridos y de cómo, primero con las mantas térmicas
que extendían los sanitarios, como si no tuviesen otra cosa de qué ocuparse que
de combatir la falta de pudor del cámara y después con la intervención de la
policía, aquellos impúdicos mirones fueron alejados de su objetivo.
Eso ocurrió a lo largo de las primeras horas de la tragedia,
mientras aún no sabíamos qué iba a ser de las decenas de rehenes que los
terroristas habían tomado en el Bataclan. Y, de repente, sin saber si era
directo o se trataba de imágenes y sonidos grabados, las explosiones y los
tiroteos que, luego sí, nos contaron que correspondían al asalto policial. Y
menos mal que algunas imágenes, las de la fuga de algunos de los asistentes al
concierto por una puerta lateral y las ventanas fueron retenidas hasta la
resolución del secuestro, por orden del gobierno que, con buen criterio,
trataba de evitar que quienes ya habían asesinado a decenas de personas fuesen
tras los que trataban de huir.
Luego vinieron las solemnes intervenciones, especialmente
las de Obama y Hollande, esta última con la terrible palabra, guerra, que puso
en marcha los peores mecanismos del miedo y, con ellos, otorgó al
"enemigo" su principal victoria, la de hacernos creer que,
efectivamente, unos cuantos terroristas, fanatizados, bien entrenados y mejor
organizados podían poner patas arriba y en pie de guerra a una de las más
viejas democracias del mundo,
Después de esas primeras horas, llegó el despliegue, la
llegada incesante a París de periodistas de todo el mundo. Y las calles
de la capital francesa, vacías de ciudadanos por indicación del gobierno, se
llenaron de cámaras, parabólicas y micrófonos en cada uno de los escenarios de
la tragedia. Y allí se plantaron, los periodistas, los de siempre, y las
estrellas, alguna tan obscena como para asomarse a través de un selfie, como un wally indecente, al
escenario de la peor de las matanzas.
Pero lo peor de este despliegue tan obsceno no es ni
siquiera el afán de protagonismo de algunos. Lo peor es el hablar por no
callar, la necesidad de llenar con verborrea el silencio de las imágenes en
bucle. Ese decir una cosa y la contraria sin apenas reflexión, olvidando uno de
los deberes, quizá el primordial, de quienes tienen o hemos tenido el
privilegio de intermediar entre la realidad y quienes nos ven o escuchan, el
deber de poner las cosas en su sitio, el sagrado deber de la crítica, de
sopesar fuentes e intenciones, de tranquilizar en lugar de asustar, el deber de
ayudar a entender, en lugar de confundir, en fin el deber de hacer periodismo
con empatía y sin protagonismo, porque los periodistas han de ser eso y sólo
eso intermediarios leales y decentes.
Pero, claro, se nos olvida que en efecto hay una guerra, la
de las audiencias y que, por desgracia, el sosiego y la decencia apenas
"venden". También que casi todos los protagonistas políticos, al
menos en Francia y en España, andan enredados en elecciones y que, ante
tragedias como ésta, salvo que se sea un patán como Aznar, la sociedad hace
piña en torno al que gobierna.
Unos u otros lo saben y, por eso, para que no tengamos tiempo de reflexionar, con sus imágenes, con su lenguaje, nos han medido la guerra
en casa.
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1 comentario:
Interesante epílogo....
Saludos
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