Se me hace duro enfrentarse cada día a una página en blanco
con compromiso personal, el de exponer mi opinión sobre aquellos asuntos que
considero importantes, por no decir los más importantes. Se me hace duro,
porque desde hace días, semanas, el único asunto es el que todo sabemos y,
después de darle vueltas a las cusas de lo que está pasando o está a punto de
pasar en Cataluña. Desde hace no hago otra cosa que tratar de entender
por qué hemos llegado hasta este punto y de entender, también, las
consecuencias de haber llegado a él.
Artur Mas que, no lo olvidemos, es y ha sido el líder del
partido de la burguesía catalana, el partido de los empresarios no
"españolistas", tampoco el de las multinacionales, creo, aunque no
soy capaz de asegurarlo, el líder del partido de Pujol, el del caso Palau, el
del tres por ciento, el de las mochilas camino de Andorra, cargadas de billetes
de quinientos, el de los sobrecostes y los recortes, según quién pague y quien
reciba. Ese ha sido hasta ahora el heredero, el hijo político, de Pujol, el que
se reúne con Pujol antes y mientras registran su domicilio, como Fernández Díaz
se reunió con Rato. Y, sin embargo, de repente, debió sufrir un traspiés en la
subida a Montserrat, porque, como Saulo camino de Damasco, fue presa de una
iluminación que le hizo ver que su papel en esta vida no estaba en la prisión
de Quatre Caminis sino al frente del "procés" que llevará a Cataluña
a la independencia o, quién sabe y como diría Mariano Rajoy, su gran coartada,
a la independencia o no.
Sin embargo, ese tampoco era el final, porque el
autoproclamado profeta del independentismo sabe, si las circunstancias lo
requieren, salir del camino y bordear los obstáculos. Al menos eso cree él que,
en apenas unos días ha dejado el camino de la mística, ha puesto los pies en la
tierra polvorienta, se ha arremangado el pantalón y se dispone a cruzar las
procelosas aguas de lo social, la ciénaga en la que viven quienes no
viven en Pedralbes, en la parte alta de Barcelona, de la mano de tan extraños
compañeros de viaje como los anticapitalistas de la CUP.
Difícil camino éste en que, por su mala cabeza, ahora se ver
el místico de las cuatro barras, porque poco o nada parece tener que ver con
sus nuevos compañeros de viaje. Tan poco que comienza a parecer que de guía, de
conductor del proceso, le queda poco y que más bien se ha convertido en una de
las ratas del flautista de Hamelin, bailando al son que le tocan los
gamberretes de la CUP, a los que les queda poco para pedirle que haga el pino
puente, porque a lo que no puede renunciar es a su pasado ni, mucho menos, a su
ambición desmedida.
Y en esas estamos, con un Mas humillado, sometido los
caprichos de la CUP o, incluso, disfrazando sus carnes tristemente desnudas y
sin futuro con un uniforme, el de socialdemócrata preocupado por la
desigualdad, el paro o los desahucios, que le tira de la sisa y que reventará
antes o después. Es tal la insistencia de Mas por ganarse el favor de la CUP
que llega a resultar humillante y eso, en un político que se precie es mortal.
En apenas unos días, Mas ha pasado de la mística de los
grandes proyectos, de la patria como única guía, al chalaneo humillante de
quien quiere conservar a toda costa el despacho en el que habita y está
dispuesto a comprar al chalán de turno cualquier burra que le venda, chalán que mientras tanto y cuando menos, se lo está pasando bomba.
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