Uno de los mayores vicios del periodismo, especialmente en
los últimos tiempos es y ha sido el de reducirlo todo a balances, especialmente
cuando al hablar de hechos o situaciones que originan víctimas. Me parece que
esa actitud es errónea y lo vengo diciendo siempre que tengo ocasión. No se
puede, por ejemplo, reducir la violencia machista a eso. No se debe, pero
se puede, porque se hace, asignar a cada una de las víctimas un numero de
orden, como su la estuviésemos colocando en un tablero, en un marcador. No debe
hacerse, porque se las despersonaliza, se borran las causas y las consecuencias
de tan horrendos crímenes.
Con el terrorismo ocurre otro tanto. Al final, los atentados
quedan reducidos a cifras, mucho más si se cometen fuera de nuestras fronteras
y falta análisis, se echa de menos que alguien admita los errores que
llevan a ellos y la respuesta se reduce a los consabidos actos de repulsa, a
las grandes palabras, a los funerales de Estado, sin que nadie nos diga qué y
por qué ha fallado, con lo que al ciudadano lo que le queda es poco más que la
pena y el miedo.
Y es aquí donde aparecen los cañonazos, los grandes
despliegues, la invasión de los espacios públicos con millares de policías y
soldados armados hasta los dientes, persiguiendo sombras y cerrando con su
desproporcionada presencia en las calles la ecuación perfecta del terror,
porque lo que persiguen los terroristas es multiplicar cuanto puedan el eco de
sus acciones.
Por eso y por el tremendo despliegue de seguridad que
acompaña a los grandes mandatarios, el terror ya no apunta a quienes los
terroristas señalan como responsables de sus males, por eso buscan a sus
víctimas en el anonimato de unos trenes, de unas estaciones, unas tranquilas
terrazas en un barrio de moda, un estadio de fútbol o una sala de conciertos. Y
es así porque saben que la gran injusticia que supone esa elección siembra el
desconcierto y asusta más a los ciudadanos. Lo que parece ignorar es que, desde
los atentados de septiembre de 2001, los gobiernos han aprendido a rentabilizar
ese dolor y ese miedo. Y lo hacen.
Más allá de que el terror que padecemos ahora, aquí, en
Iraq, en África o en Siria sea consecuencia de la sobreactuación de Bush que,
en lugar de asumir la culpa de la descoordinación de sus servicios de
inteligencia, puso en marcha todo un despliegue de leyes "patrióticas",
alianzas histéricas y guerras ilegales, más allá de ello, los gobernantes de
los países de su órbita, salvo el torpe de Aznar, saben ya cómo enfrentarse a
estas salvajadas y lo vienen demostrando desde los atentados de hace diez días.
Sin decirlo abiertamente, sin hacer el reproche que
merecería, se insinúa que en la ineficacia de los servicios de inteligencia y
policiales de Bélgica está parte del origen de la tragedia, aunque insisto en
dejar claro, como no podía ser de otro modo, que los verdaderos responsables
han sido los fanáticos asesinos de detonaron sus explosivos o vaciaron sus
kalashnikov sobre víctimas inocentes. Porque no tiene explicación que
individuos fichados y clasificados como peligrosos para la seguridad por
Francia y la propia Bélgica entren y salgan del país, alquilen vehículos y
apartamentos, contraten hoteles y compren armas de guerra sin levantar ninguna
sospecha.
Esa es la explicación del despliegue, tan desproporcionado
como inútil, de las últimas horas en París y Bruselas. Enterrar en miedo y
preocupación las sospechas y las dudas de los ciudadanos sobre la eficacia de
sus servicios de inteligencia. Enterrar lo que podía terminar en crítica más
que justificada e indignación bajo la perplejidad de unos ciudadanos que se ven
privados de sus calles, sus medios de transporte y, hoy, de los colegios y las
universidades, por una sospecha, más o menos fundada, y a cambio de nada,
porque tras haber convertido a Bruselas durante setenta y dos horas en una
ciudad fantasma, el "balance" de tanto despliegue ha sido nulo.
La estrategia que a Hollando, por ejemplo, ya le ha llevado
a lo alto de las encuestas, consiste en matar moscas, o peligrosas avispas, a
cañonazos, porque el ruido, convenientemente amplificado por los medios, aturde
e hipnotiza a los ciudadanos, impidiéndoles reflexionar sobre el porqué de lo
que ha pasado. A lo peor esa es la única finalidad de un despliegue que apenas ha tenido resultados, pero que, sin embargo, ha tenido paralizado, asustado y mudo a todo un país.
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1 comentario:
Hollande estaba en caída libre en las encuestas...y ahora ha visto una gran oportunidad para recuperase !
Saludos
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