Escucho los resultados de una encuesta, otra más, sobre la
intención de voto de los ciudadanos de cara a las próximas elecciones generales
y me sorprendo al comprobar que la mayoría de los votantes del PP. hoy en fuga,
justifican su "deserción" en la corrupción. Qué curioso, cómo si la
peor de las enfermedades democráticas fuese algo de unos pocos años o, incluso,
meses. Como si no hubiese habido un Naseiro, un Camps o una Aguirre, con o sin
mariachis. Y eso por no mirar a otros partidos.
A qué jugamos, por qué no nos decimos la verdad, por qué no
confesamos que hemos votado al PP y al PSOE, con más cosas en común hoy que
diferencias, como mal menor y por la misma razón que nos decimos "del
Madrid" o "del Barça", por no esforzarnos en seguir a esos otros
equipos más pequeños, con menos dinero, que no siempre ganan, pero que, de vez
en cuando, nos dan una alegría.
No nos gusta lo que hacen, pero nos ponemos en sus manos y
nos esforzamos en creer que jamás amarían una concesión o el presupuesto de una
obra, como tampoco queremos creer que, en el fútbol, compran penaltis, fueras
de juego o expulsiones. Nos esforzamos, pero sabemos que es así, que lo
hacen y que nos entregamos a sus tiranías y sus trampas.
No nos engañemos. Si el PP está ya en su sótano
electoral no es porque, de repente, una parte de sus votantes haya llegado a la
conclusión de que su partido "de toda la vida" se mueve en la corrupción,
no. Si todos esos votantes huyen es porque han encontrado un refugio justo al
lado, sin alejarse del territorio de la derecha. Si hoy el PP está perdiendo
pie es porque existe ciudadanos, del mismo modo que, si el PSOE, que sigue más
pendiente de los departamentos de estudios de los bancos que de las
verdaderas necesidades de los ciudadanos a quienes pide el voto, está
pasando sus horas más bajas, es porque, pese al instinto suicida de
la izquierda, muchos de sus votantes hemos descubierto que hay vida más allá de
Ferraz.
Esa es la única esperanza de acabar con la corrupción, que
Ciudadanos, Podemos y Ahora en común o como quiera que acabe llamándose la
deseada coalición de izquierda decente entren con fuerza en el Congreso, que
cualquier decisión que haya que tomar en el parlamento o en el más pequeño de
los ayuntamientos se discuta entre más de dos partidos y un tránsfuga o un nacionalista,
a veces tanto o más corrupto que sus socios de conveniencia.
Creo que lo único que debemos exigir a quienes se presentan
a las próximas elecciones es, no ya un compromiso de lucha contra la
corrupción, sino un plan firme y un calendario preciso para modificar
cuantas leyes hagan falta de modo que corromper y corromperse no sea ya, más
que una costumbre, una "casi obligación" para quienes ostentan el
poder. Un compromiso explícito, claramente recogido en sus programas o en los
indispensables acuerdos de gobierno que tendrán que firmar, no ya para fiar al
futuro la puesta en marcha de medidas como las prometidas hasta la saciedad por
uno y otro, sino para que funcionen desde ya.
No la creación de oficinas y organismos que se abren para
inaugurarlas y se cierran y se apagan cuando se han ido las cámaras, sino
dando recursos y personal a jueces, policías e inspectores, para que los hilos
de las tramas corruptas lleven a las cabezas que haya que cortar. No es
cuestión de abrir oficinas ni de construir cárceles que solo por casualidad y
por el celo de la justicia que, contra viento y marea, consigue que Francisco
Granados dé con sus huesos en la misma prisión que años antes inauguró .
La democracia española está a punto de cumplir cuarenta años
y ya va siendo hora de que de la espalda la corrupción, con esas medidas que
apunto, pero, sobre todo, con el voto responsable de los ciudadanos que, a
diferencia de lo hecho hasta ahora, debe ser implacable con los corruptos. De momento esa es nuestra mejor arma para acabar con la corrupción.
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1 comentario:
Muy bien dicho...
Saludos
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