Quienes padecemos o hemos padecido alguna enfermedad más o
menos complicada establecemos con nuestros médicos esa necesaria relación de
confianza que hace posible que pongamos en sus manos nuestra salud y, en
ocasiones, muestra vida. Siempre ha sido así y es bueno que así sea y nada hay
peor que saber o, simplemente, sospechar que alguno de esos médicos la
traiciona. Por eso es necesario que, cuanto antes, el Hospital Gregorio
Marañón de Madrid o cualquier otro donde se hayan producido aclaren la oscura
trama desvelada por el "El Confidencial". Una trama mediante la cual
médicos del hospital universitario realizaban en el mismo, con personal y
medios materiales del centro público, las pruebas requeridas a algunos de sus
pacientes que derivaban a las clínicas privadas para las que también
trabajaban, pruebas que burlaban cualquier lista de espera y que luego eran
facturadas a la sanidad pública.
Todos hemos tenido conocimiento alguna vez de esos atajos,
incluso algunos los han utilizado, que abre conocer a alguien en un hospital o
tener "una bata blanca" en casa, pero esto es mucho más que una
pillería de las de toda la vida, pero esto es mucho más grave, porque, de
confirmarse en todos sus términos la denuncia del doctor Martínez Montero,
patólogo del Gregorio Marañón, se trataría de una "industria"
organizada, por la que esos médicos tan poco escrupulosos estarían forrándose
el riñón tomando, como siempre, los mejor de uno y otro lado. Son estos
personajes los que inoculan en sus pacientes la idea de que en la sanidad
privada no hay listas de espera, ni pasillos ruidosos, llenos de "extranjeros
que vienen aquí a quitarnos el pan y el trabajo y a que les curemos, porque
allí todo es pulcritud, limpieza, buen trato e hilo musical, algo que en las
mentes egoístamente candorosas de algunos suena razonable y deseable.
Sin embargo, nada de eso es cierto. Bueno, lo es, si a
cambio pagas las millonadas que pagan a sus seguros privados los ciudadanos de
países como los Estados Unidos, donde ponerse enfermo, si no tienes uno de esos
seguros, supone la ruina para muchas familias, si no la muerte para el enfermo.
La realidad es muy distinta, porque si la sanidad se convierte, no ya en
rentable, sino en un negocio, el lucro debe salir de algún sitio y, hoy por
hoy, como ha ocurrido con la enseñanza o con la televisión, de donde mejor y
más sale es de lo público.
Esto que ha pasado siempre, pero que ahora es más frecuente,
lo facilita a escala industrial el enorme maremágnum en que la política
sanitaria del Partido Popular ha convertido nuestros hospitales, en los que
uno, a nada que se despiste, pasa de ser paciente de la pública a paciente de
la privada o, lo que es peor, a paciente de la "medio pensionista". Y
es que, no lo olvidemos, en Madrid al menos, hay hospitales en los que si
sigues el pasillo de la derecha entras en un hotel de lujo con quirófanos y, si
"tiras" por el de la izquierda, acabas en uno de esos, muy a su
pesar, caóticos hospitales públicos.
Todo viene de la avidez de la neocondesa Aguirre que llegó a
la Comunidad de Madrid de la mano del dinero del ladrillo que pago la traición
de Tamayo y Sáez a sabiendas de que se amortizaría la inversión, y ya lo creo
que se amortizó, porque doña Esperanza, Espe para quienes le dan su voto, se empleó
a fondo en el desmantelamiento, saqueo diría yo, de la sanidad pública
madrileña. Y para ello engatusó a esos votantes, mitad simples, mitad egoístas,
que la creyeron cuando prometió acabar con las listas de espera y se
encontraron con un truculento traspaso de pacientes de los hospitales públicos
a clínicas privadas con menos medios y categoría, so pena de caer a la cola de
la lista.
Estoy seguro de que esta esquizofrenia provocada en los
pacientes que, si pisan una baldosa, están en la pública y, si pisan la de al
lado, en la privada, es la que ha facilitado la trama descubierta en el Gregorio
Marañón y que, estoy seguro de que, ahora que el doctor Martínez Montero ha
tendido el valor ciudadano de denunciarla, aparecerán en otros centros. No es
raro que, a la hora de tener que ser intervenido o de requerir una prueba
diagnóstica, sea el propio médico de un hospital público el que se vea obligado
a ofrecer a su paciente la alternativa de hacerlo en una clínica privada. Una
práctica que ha servido para que los menso escrupulosos, como los
"pillados in fraganti" en el Marañón, hagan su negocio.
Espero que la investigación abierta por la dirección del
hospital esclarezca los hechos y castigue a sus autores y, de paso y por
supuesto, espero que al doctor Martínez Montes que ha tenido el coraje cívico
de denunciar públicamente a sus "compañeros", cuatro meses después de haberlo hecho sin resultados ante sus superiores que, hasta no verse en "los papeles", no se han dado por enterados, no le toquen ni un pelo de la ropa,
porque es acabando con estos círculos más que viciosos como se sanea la gestión
de la sanidad pública y no arruinando su prestigio, como hizo hace diez años el
consejero Lamela, acusando al doctor Montes, hoy en Podemos, de ser en el
hospital Severo Ochoa una especie de "Doctor Muerte! que practicaba la
eutanasia generalizada a sus pacientes.
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1 comentario:
Lo has expuesto perfectamente...
Saludos
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