jueves, 19 de marzo de 2015

OBSOLESCENCIA MAL PROGRAMADA



A quién no le ha ocurrido que in día, de repente, se le han fundido, una tras otra, todas las bombillas de una lámpara o que, en el plazo de semanas, han ido "muriendo", como si se hubiesen puesto de acuerdo, todos los electrodomésticos que compramos en la última reforma de la cocina. Se trata de un fenómeno nada natural conocido como obsolescencia programada. Un fenómeno que se explica porque en la sociedad posindustrial y consumista en que nos ha tocado vivir, los fabricantes dejan en sus aparatos "piezas trampa" que al cabo de un tiempo perfectamente calculado, más allá de que la garantía expirase, aunque mucho antes de que el aparato se deteriore, para que deje de funcionar y haya que sustituirlo.
Pues bien, conversando ayer tarde con un amigo que ha decidido ahora entrar en política y que me hablaba de la necesidad de renovación de caras y, sobre todo, de generaciones que está pidiendo a gritos la política española, me vino a la cabeza la idea de que nos ería malo que se limitase el tiempo de permanencia, no ya en los cargos ejecutivo, sino en los propios cargos de representación, para que eso, la representación de los ciudadanos y la política pura y dura no acabasen conviniéndose en una "profesión" en el peor sentido de la expresión.
Para explicar esa necesidad, basta con mirar el hemiciclo del Congreso y ver en él a personajes  que venimos viendo desde hace décadas, resabiados y aburridos, halando por teléfono y wasapeando, a saber con quién, o, lo que es peor, jugando con su tableta en lo más alto de la presidencia. Algo triste y vergonzosos, porque, creo, representar a nuestros conciudadanos es quizá lo más grande a lo que una persona decente puede aspirar y, si se aburre haciéndolo, más vale que diga adiós a su escaño, sin que sean estos quienes se lo quiten, y vuelva a su vida profesional, sea la que fuese.
Y, siendo malo, no sería eso lo peor, porque se da el caso de algunos políticos que, como José Luis Rodríguez Zapatero, por ejemplo, no han hecho otra cosa en su vida que estar en la política y recibir sus ingresos de ella. Demasiados años que dan para tejer redes, de amistad o de intereses, que al final le llevan a ser la cara amable y viajera de cualquier lobby que ande haciendo negocios por Guinea, Cuba o el Sahara.
Los diputados, los políticos, como los aparatos se deterioran. Antes o después comienzan a vibrar o a hacer ruidos cada vez más raros y preocupantes y dejan de servir para lo que servían, para convertirse en trastos que se acumulan en armarios o trasteros, cuando donde deberían estar, convenientemente reciclados es en la basura. Y, si no se programa el final de la vida útil, la obsolescencia, de nuestros políticos, corremos el peligro de convertir el Congreso en un cementerio de lavadoras y frigoríficos oxidados y ruidosos que, ya, ni centrifugan ni enfrían. Y no quiero decir con esto que me parezca bien la injusta obsolescencia programada, que nos deja sin bombillas o aparatos cuando menos falta hace, no. Lo que quiero decir es que al obsolescencia de nuestros políticos está mal programada y que el Parlamento, que es la casa de todos se ha llenado de trastos que habría que haber renovado hace ya mucho tiempo y que, ahora y por nuestro bien, deberíamos llevar al punto verde para su reciclado.


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