Qué ganitas tengo de que el Congreso de los Diputados, que
es de todos, se llene de caras y siglas nuevas, que los diputados, que el
Congreso deje de recordarme aquellas Cortes de Franco, con sus sotanas y sus uniformes,
en las que nunca pasaba nada, porque toso estaba escrito, atado y bien atado.
Tenemos ahora, la tendremos dentro de unos meses, la
oportunidad histórica de romper ese tan traído y llevado bipartidismo que nos
inocularon con reglamentos y leyes, para que, como nobles brutos que somos, no
nos hiciésemos daño con ese juguete nuevo y peligroso que, para nosotros, era
hace casi cuarenta años la democracia.
Ayer, como si gobierno y oposición hubiesen querido hacernos
notar todas las carencias que se dan en ésta nuestra democracia, se enzarzaron
en las discusiones sin salida que se dan cuando, durante cuatro años, de los
que discuten, uno no tiene nada que perder y el otro lo tiene todo perdido. Es
ese fatalismo de la contabilidad de los votos el que lleva a esa actitud
intolerable de tomar el Congreso como el resumen del país, inamovible y
estancada en el resultado de la correspondiente investidura, que justifica al
investido ese no volver a pisar la calle ni someterse al control, tan digno
como el que más, de la opinión pública a través de las preguntas de la prensa.
No es de extrañar por eso que Celia Villalobos se aburra
mientras preside una de esas interminables sesiones del debate sobre el Estado
de la Nación y se ponga a jugar al Candy Crush con el iPad, no una tableta
cualquiera, todo un iPad que le hemos regalado para que esté informada y
comunicada en todo momento y que usa para comerse esos caramelos virtuales que
engordan y abotargan tanto como los otros. Todo está escrito, todo está
resuelto y la única incógnita que queda por resolver es cómo y qué se dirán
unos y otros en ese escenario de farsa en que se ha convertido el hemiciclo.
Está claro que, como en el circo, si no hay riesgo, no hay
emoción, y riesgo no hay ninguno desde hace tiempo. En todo caso, que un
ministro sobrado como el de Defensa, que, desde que ocupa su despacho, se
ha hartado de hacer negocios-en realidad los hacía ella- con la empresa en la
que tuvo y tendrá su otro despacho, defienda lo indefendible y desprecie e
insulte a la diputada que le preguntó por la comandante que vive la tragedia de
haber sido acosada por un superior, con el que después de denunciado y
condenado, tiene que volver a convivir. O espectáculos, como el que, también
ayer, dieron Mariano Rajoy y Pedro Sánchez, tapando cada uno sus vergüenzas con
la exhibición obscena de la del otra, embarrando una pregunta sobre la trama
Gürtel con el fango de los ERE en Andalucía.
Qué harto estoy y que ganitas tengo de que en el Congreso
haya tres o cuatro partidos con capacidad de gobernar y quitar gobiernos. Qué
ganitas tengo de que, después de las generales de final de año, el mapa del
Congreso deje de tener sólo dos colores y unas pequeñas irisaciones y se
convierta en un verdadero arco iris que refleje y recoja de una puñetera vez
las necesidades y aspiraciones de todos los españoles. Que ganitas tengo de que nadie pueda despreciar a nadie, porque todos necesiten y teman a todos. Quizá entonces, los
ciudadanos se acerquen más a sus representantes y viceversa. Quizá entonces
tengamos los políticos que nos merecemos y, en lugar de atacarlos y
despreciarlos como ahora los atacamos y despreciamos, los defendamos y
admiremos.
Ojalá ¡Qué ganitas tengo!
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1 comentario:
Esperemos que esto cambie un poco...
Saludos
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