Cómo me alegro de no tener ya nada que ver con ese partido
que, en 1982, trajo la ilusión a este país y que, tras unos años en los que
realmente llevó a cabo una importante transformación del mismo, para, después,
recular, al tiempo que sus dirigentes dejaban olvidados en el armario la pana y
los principios, para arrimarse a los círculos del poder económico, abandonando
a aquellos que tantas esperanzas habíamos depositado en ellos.
Debimos darnos cuenta con aquel referéndum "de la
OTAN" que, como dijo hace poco el mismo González, hoy no convocaría. Lo
cierto es que, entonces, resignados o convencidos por el encantador de
serpientes que era Felipe, tragamos. Y cómo. Luego vinieron todas las
reconversiones, la primera reforma laboral, la bajada de pantalones de Guerra a
propósito del concordato, el sometimiento, que aún perdura, a las mafias de las
basuras en los ayuntamientos, todos esos señores que, como Bono, de simples
profesionales del derecho, pasaron a tener "para enterrar una vaca",
la patada en la puerta, los primeros pactos antiterroristas y el que Jiménez
Aguilar firmo por la Justicia, entregándonos atados de pies y manos, junto a
las llaves de los tribunales, a quienes siempre habían sido los amos de la
Justicia.
Y callamos, porque, al fin y al cabo, eran los nuestros,
porque, si lo hacían, seguro que sería por nuestro bien. Y qué equivocados
estábamos, porque, a la postre, por vocación o por mala conciencia aquellos
"héroes de barrio", que tanto se parecían a nosotros,
dejaron de hacerlo para ser cada vez más "intercambiables" con ellos,
con los otros, con los hijos de quienes nos impusieron su terribles posguerra,
amasando sus fortunas con nuestra desgracia o quienes, años después, han
querido seguir sus pasos.
De entonces parecen haberle quedado al PSOE malos hábitos.
Por ejemplo, la necesidad de revestirse de esa pátina con la que, en tiempos,
justificábamos los excesos anti democráticos de Manuel Fraga o Jordi Pujol.
Tienen la necesidad de sentirse hombres de Estado, para diferenciarse de la
chusma, no sé si, en su imaginario, obrera o arribista, cuando les muerden los
tobillos. Y, para poder meterse en el disfraz, necesitan desprenderse de eso
tan incómodo para algunas cosas que son los principios y que han ido dejando
tirados, como la ropa los amantes, camino del tálamo, de la mano del PP.
Pedro Sánchez fue ayer la novia en la fiesta que le había
preparado Rajoy. Y para llegar allí, entregó como dote un buen puñado de
nuestros derechos y libertades. Tragó con una ley infumable que es, a ojo de
los expertos y los juristas más prestigiosos, inútil o redundante en los fines
que dice perseguir, pero que, de paso, deja nuestra privacidad y nuestras vidas
desprotegidas y en manos del ministro del Interior de turno. El mismo que, como
todos los sábados, hace dos se inventó para los telediarios una importante
operación "anti yihadista", con helicóptero militar y todo, contra
los Kouachi españoles, a los que se les incautó un peligroso arsenal de
cuchillos y una pistola. Y no digo que no hubiese sido preciso detenerlos, no.
Lo que digo es que este ministro o sus asesores sufrieron un arrebato místico y
se pasaron, como siempre, en la propaganda.
No sé, de verdad, qué necesidad tenía España de una pacto
como el que ayer firmaron Mariano Rajoy y Pedro Sánchez- Ninguna. Sí sé, en
cambio, que, con él, a Fernández Díaz, y espero que por poco tiempo, le va a
ser más fácil husmear en nuestras comunicaciones, aficiones y costumbres y que,
en adelante, el escrutinio implacable y canalla a que están siendo sometidos
los dirigentes de Podemos y cualquiera de nosotros va a resultar mucho más
fácil.
Nos dicen que este pacto de boxeadores sonados, este abrazo
del oso, esta entrega de Pedro Sánchez a Mariano Rajoy, es por nuestro
bien y por nuestra seguridad. Nos dicen que demuestra la firmeza de nuestro
país frente al terrorismo islámico. Yo, personalmente, creo que está diseñado
contra nosotros, para hacernos un poco menos libres y felices.
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1 comentario:
Y tiene mucho de campaña electoral...
Saludos
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