Quién no ha visto alguna vez, en medio del sopor de la
siesta esa enorme manada de ñus en Tanzania, lanzándose en un gesto ciego y
suicida a las aguas revueltas de un caudaloso río, siguiendo al líder de la
manada, sin pararse a pensar en las posibilidades de supervivencia que le
concede el salto.
Hay quien atribuye tan espectacular cruce, que demasiadas
veces acaba en tragedia, a la necesidad de migrar en busca de pastos pero
también los hay que ven en ese suicidio masivo una llamada atávica a la
reducción del número de individuos de la especie para asegurar la supervivencia
de la especie, reduciendo su número para asegurar el pasto de los que logran
ponerse a salvo, en perjuicio de la de los individuos.
Quizá sea simplista hacerlo, pero a veces veo a los
partidos, y de modo especial al PSOE como esa manada de ñus saltando al vacío y
dejándose arrastrar por la corriente hacia un futuro nada cierto, mientras nosotros,
los votantes, sentados frente al televisor, primero intuimos y luego
contemplamos un desastre que ellos no son capaces de ver. Desgraciadamente y
para mal de esa sociedad madrileña que quiso en los primeros años de la
democracia dejarse gobernar por la izquierda, el PSOE, y no menos Izquierda
Unida, se empeñan en esas conductas suicidas que les llevan cada cierto tiempo
y en especial cuando los votos escasean en la sabana, a un proceso de
autodestrucción que espanta tanto a militantes como a electores, pero que
fortalece y reafirma en sus errores a quienes quedan.
El "golpe" en la mesa, con grave riesgo para la
mesa, dado por Pedro Sánchez en el PSM, no puede ser otra cosa que uno de esos
ciclos suicidas. Sobre todo si se acompaña de aspavientos como el de cambiar
las cerraduras de la sede del partido en Madrid, en lo que no deja de ser uno
desahucio más de esos que, ahora sí, pero al principio no criticaba el partido.
No sé qué consecuencias va a tener para el futuro. No sé si, finalmente,
Gabilondo accederá a encabezar la lista socialista a la Asamblea de Madrid. Ni,
mucho menos, sé cuál será y cuál hubiese sido el resultado de esas elecciones
con uno y otro candidato. Eso lo dejo para la política ficción y para la
increíble y rauda encuesta publicada por el país en tiempo récord con el
resultado buscado y conseguido de laminación de Tomás Gómez.
Y ahora que sale el nombre de Tomás Gómez quiero aclarar
que, aunque lo haya podido parecer, no soy en absoluto su defensor. Más bien le
considero, y así lo he escrito, tozudo y antipático, un invento del propio
aparato que, tras sus éxitos electorales en Parla, una vez conseguido el
hospital que los vecinos reclamaban y a la vista de sus resultados allí, manejó
su nombre, incluso, como relevo para Zapatero. No es que me guste Gómez, más
bien me gusta poco, pero menos me gusta que se maltrate la democracia.
Estoy demasiado acostumbrado al "por mis cojones"
de quienes se colocan en lo alto de la montaña y creo que, al disolver la
ejecutiva del PSM, hasta hace dos días era el órgano democrático de gobierno
del partido y, vista la sumisión con que está siendo asumida la medida por
alcaldes y secretarios de otras federaciones, me temo que en los partidos, al
menos en este PSOE, hay mucho seguidísimo al líder, pensando más en conservar
su puesto en la manada que en las consecuencias que pueda llegar a tener el
camino emprendido por éste para cruzar el río. Un seguidismo que se parece
demasiado al de los ñus de la manada. Aunque siempre hay alguno que, como
Antonio Miguel Carmona, pensando que nada muy bien al que no le importa saltar
al agua y postularse ya para sustituir a Tomás Gómez.
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