Utilizo para despertarme cada mañana una radio sintonizada
con el informativo que escucho desde hace décadas. El aparatito se conecta unos
minutos antes de las ocho y últimamente, desde el lunes, lo hace con la voz de
Rajoy, diciéndole a alguien, diciéndome a mí, diciendo a los oyentes, que todo
va bien y que va a ir mucho mejor. Hoy, Rajoy en persona, en esos segundos en
que paso del sueño a la realidad me ha dicho que han hecho tan bien las cosas
como para bajarnos los impuestos desde el pasado mes de enero y para
reorganizar las tablas del IRPF ¡Qué hermoso despertar! He estado a punto de
creérmelo. Menos mal que aún quedaban unos minutos del informativo local, el
que habla de las cosas más cercanas y en esos minutos he podido enterarme de
que los jueces de instrucción de la Plaza de Castilla reconocen que son ciertas
las quejas de los funcionarios, que protestan por la insalubridad de sus
puestos de trabajo y porque no se cubren las bajas, lo que acaba desembocando
en una carga de trabajo inasumible, con el consiguiente retraso en las causas
que tramitan. Y no sólo eso, a continuación he escuchado a un responsable del
Hospital Ramón y Cajal respondiendo a las enfermeras de urgencias del centro
que habían presentado una demanda, probablemente en uno de los juzgados de la
Plaza de Castilla, describiendo la falta de recursos y de personal que está
sufriendo el departamento y que pone en riesgo la salud y la vida de los
enfermos. La respuesta a la que aludo podría haberla dado el ex consejero de
Sanidad, famoso por llegar comido y con ganas de gresca al cargo.
La "cuña", que es como llamamos los que trabajamos
en la radio a los anuncios, siguiendo la "moda" impuesta por Rajoy,
va firmada con uno de esos eufemismos que tanto le gustan:
"populares" Se ve que les da reparo usar su verdadero nombre, Partido
Popular, tan denostado y, en los últimos tiempos, tan asociado a los juzgados
por una corrupción que les permitía, entre otras cosas, invertir el botín de
sus saqueos en campañas como esta que uno no sabe si son del gobierno o del
partido, pero que, con el adoctrinamiento de los convencidos y tratando
de engañar a las almas inocentes aún dispuestas a creerles, pretenden marcar
las diferencias con el resto de partidos, entrando en un limbo legal en el que
sus anuncios no podrían considerarse, no sé si su importe, como campaña
electoral, que estaría sometida a control.
Pero no es ésta la única campaña llevada a cabo por el
partido que, en España, se identifica con la mayoría que gobierna Europa, que
"elige" a la troika y que ha colocado a Mario Draghi, coautor de la
tragedia griega, al frente del Banco Central Europeo. También consigue apoyos
dese Bruselas, donde la Comisión Europea mejora las expectativas de crecimiento
de España, en un momento en el que el paro sigue subiendo en nuestro país, sin
destacar que lo único que las mejora es la bajada del precio del petróleo y que
el paro seguirá creciendo, algo que Rajoy no ha tardado en colgar en su pecho
como una medalla.
Y, simultáneamente, la misma comisión, dando muestra de su
total desprecio por la democracia, pone en marcha la voladura controlada del
gobierno griego y las ilusiones de los griegos, cerrando el grifo del crédito a
los bancos helenos, para colapsar los planes de Syriza y, si es posible, de
paso provocar malestar y revueltas, dificultando el pago de la nómina de
los funcionarios, aunque de momento, lo único que han conseguido ha sido un
reforzamiento de la fe de los griegos en su gobierno expresada ayer tarde en
una concentración, por primera vez sin alambradas ni antidisturbios, ante el
Parlamento en Atenas.
Un gesto, los dos, mejor dicho, el de colocar la medalla en
el pecho de Rajoy y el de segar la hierba bajo los pies de Tsipras, que, a mi
modo de ver, tienen un único significado: el de sembrar de piedras el camino de
Podemos en España o el de cualquier nueva izquierda en Europa para que la UE,
el enorme chiringuito en que la derecha, ha transformado el sueño europeo, se
transforme o cambie de manos.
Pesadillas al despertar, pesadillas que tengo por no haber
perdido la costumbre de informarme desde que me levanto y, sobre todo, de no
creerme todo lo que me cuentan.
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