Pertenezco a la generación que alcanzó su mayoría de edad,
21 años entonces, mientras la democracia daba en España sus primeros y tímidos
pasos y, después de aquel crucial referéndum para la Reforma Política de 1976,
nunca he faltado a una cita con las urnas y siempre, salvo en aquella consulta
en la que, como pedía la izquierda, me abstuve, he depositado mi papeleta en
las urnas. Por eso me estoy haciendo cruces,
es un decir, por la deriva que está tomando el partido que se ha llevado
la mayoría de esas papeletas y al que hoy me cuesta tanto reconocer, desde que
hace ya seis días su secretario general, Pedro Sánchez, decidió cargarse de un
plumazo todos los órganos representativos y, cómo no, democráticos del partido
en Madrid, con su secretario general, Tomás Gómez, a la cabeza.
Las cruces me las hago, porque siempre pensé que en un
partido que se dice democrático se responde ante la militancia y más si ésta se
expresa democráticamente en sus decisiones. Pero parece que no, parece que los
partidos, incluso los que presumen de más de un siglo de existencia, adolecen
de vez en cuando de inmadurez, de tanta inmadurez como para que un señor
secretario general, con sólo una parte de su ejecutiva, decida de la noche a la
mañana que las decisiones expresadas por los militantes de una de las
federaciones del partido, por más que sea la madrileña, no tienen el más mínimo
valor ante sus opiniones o, en el peor de los casos, ante sus más oscuros
intereses.
Y, siendo esto malo, lo peor es que quien dice tener el
poder para hacerlo, yo lo dudo, aún no ha sido capaz de dar con su voz una sola
explicación de la decisión tomada el miércoles, después de casi seis días de zozobra e incertidumbre en
la tercera federación de su partido. Un silencio de hielo que dice muy poco de
quien se "vende" como una esperanza de renovación de un partido
malherido por tantos años de deterioro en el gobierno, los gobiernos, y tantos
y tantos enfrentamientos fratricidas que, al final, han llevado al deterioro de
la imagen que los socialistas dan hacia el exterior y a la absoluta falta de
credibilidad que evidencia el abandono continuo, si no traición, de los
principios que ha de defender cualquier demócrata convencido.
Ayer tuve la oportunidad, fortuna diría yo, de coincidir con
dos militantes del PSM, con dos puntos de vista totalmente opuestos sobre lo
que ha sucedido en su federación. La una, dispuesta a creer en lo que calificó
de "apuesta" de Pedro Sánchez, cansada ya de los fracasos de Tomás
Gómez y con una evidente antipatía hacia quien un día recibió su apoyo. La
otra, con la que, he de reconocerlo, estoy totalmente de acuerdo, se decía ya
cansada y dispuesta a dejar el partido, dejando claro que lo suyo no era una
defensa de Gómez, sino de la democracia, vapuleada por el secretario general
del PSOE.
Mi aportación a ese debate que pillé en marcha fue decir lo
que pienso: que, admitiendo que lo de Pedro Sánchez haya sido una apuesta, ésta
no puede salirle gratis y que, al igual que hizo Joaquín Almunia a los pocos
minutos de haber fracasado en las generales del 2000 tras una jugada demasiado
parecida a la última de Pedro Sánchez, en la que el aparato de Ferraz se cargó
al candidato elegido en primarias, Josep Borrell. Creo sinceramente que, pase
lo que pase a partir de ahora y sea cual sea el nuevo candidato socialista al
gobierno de Madrid, si sus resultados no superan a los últimos de Tomás Gómez,
Sánchez debería dejar la secretaría general del partido tan rápidamente como la
dejó hace quince años Almunia.
Ese es el precio que debería exigírsele a Pedro Sánchez por
sus devaneos incomprensibles, salvo que estén teledirigidos por las fuerzas
oscuras del aparato oculto del partido, la prensa y la patronal que quieren,
para el tiempo apasionante que se acerca, un PSOE más rosado que rojo, por si,
al final, se hace necesario el gran acuerdo entre PP y PSOE por el que vienen
apostando descaradamente Felipe González y las grandes empresas españolas.
Mal asunto para el PSOE que quedaría tan mal o peor que el
PASOK, porque sería intolerable para sus militantes y porque, pese a que
algunos estúpidos parezcan olvidarlo, al final la democracia pura y dura, sin
interferencias ni asambleas asentidoras y teledirigidas es lo que define el
alma de un partido.
Puedes leer más entradas de "A media
luz" en http://javierastasio2.blogspot.com/ y en http://javierastasio.blogspot.es y, si amas la buena música, síguenos en “Hernández y Fernández” en http://javierastasio.blogspot.com/
1 comentario:
"A menudo me he tenido que comer mis palabras y he descubierto que eran una dieta equilibrada"...(Winston Churchill)
Saludos
Publicar un comentario