Una de las frases, sentencias diría mi abuela, que he
heredado de mis muchos amigos es esa tan dura y tan certera que dice "teme
a los viejos, porque no tienen futuro". Una frase que parece hecha a
medida para el matrimonio Pujol que ayer volvió a ese mismo Parlament al que le
faltó entrar bajo palio, para reírse abiertamente de los representantes del
pueblo, los mismos que no hace tanto le encumbraron a la torre de marfil en que
acabó encerrándose el más maleducado, más malencarado y poco respetuoso de los
dirigentes que ha tenido este país, tanto que, en ocasiones, deja atrás al
mismo Manuel Fraga.
Pues bien, resulta que ese matrimonio intocable, del que él
se ha pasado veintitrés años, un cuarto de siglo casi, ostentando el
tratamiento de muy honorable e interponiendo entre él y los demás, las más de
las veces con malos modos, el respeto que se gana, pero nunca se impone, y ella
malencarada y boquirrota casi siempre, despreciativa con los inmigrantes y con
todo aquello que, a sus ojos, pusiese en peligro la identidad catalana, en cuya
defensa tantas veces se ha permitido hablar, casi tantas como veces ha
"rebañado" con sus tiestos y macetas los presupuestos que se dotaban
de los impuestos de los ciudadanos de Cataluña, hubiesen nacido o no de padres catalanes
y al norte del Ebro... resulta, decía -dicen, dicen, dicen- que ese matrimonio,
en tiempos adorado y santificado, tiene la piel fina, tan fina como para no
soportar ser tratados como iguales en la casa de todos.
Los Pujol, con seis de sus siete hijos investigados en casos
de corrupción, con una fortuna localizada en Andorra que aún no han sido
capaces de justificar, con un oscuro pasado, Banca Catalana, que ha sido, a
cambio de no meter el palo en el avispero, moneda de cambio en tantos y tantos
acuerdos de gobierno, unas veces con la derecha y otras con los socialistas,
pretenden ahora una vejez tranquila, dejando a su prole a salvo de los vaivenes
de la política al igual que -dicen- hizo el abuelo cuando hizo ese sorprendente
legado, del que dice, aunque sin probarlo, el ex molt honorable que proceden
sus cuentas en el extranjero, hábilmente gestionadas por su hijo el
"chatarrero", el mismo que, según la madre enrabietada, compra coches
de lujo desballestados en los desguaces, para luego, con cuatro perras, arreglarlos
y dejarlos "niquelados" para pasear a sus novias.
Los Pujol, que se consideran a sí mismos, la encarnación de
Cataluña, acudieron ayer a la sede del Parlament, a burlarse del pueblo de
Cataluña a la cara de quienes lo representan. Pero esta vez, y más con los
cambios que ya están en puertas, ese temeroso respeto, casi religioso, se
convirtió en todo lo contrario y a Pujol y señora, primero, y a su primogénito,
después, no les pasaron ni una, del mismo modo que a las pocas horas, en sus
crónicas, periodistas otrora sumisos y consentidores mostraron a sus oyentes,
telespectadores o lectores un retrato descarnado de una familia que ya no es lo
que fue y de una Cataluña que por haberlo consentido va a dejar de serlo,
A estas alturas, creo que sólo un informe forense, una
incapacitación, puede salvar a esta pareja, en la que a él se le acaban las
pilas del sonotone cuando no le gusta lo que escucha y a ella le perece que los
coches exclusivos, los pisos aquí y allá y las cuentas en paraísos fiscales equivalen
a ir con una mano delante y otra detrás.
En cuanto al mayor de los hijos, Jordi, tampoco parece que
las cosas no le van bien porque, dejando atrás la que sería la actitud de un
caballero, señaló con uno de sus índices, no sé si el de delante o el de detrás,
a su "amigo" Artur Más, quien no hace ni una semana negó cualquier
amistad con el hijo de su mentor y padre en política, quizá porque no sabe que
los poderes del hoy molt honorable ni son ni serán nunca los mismos que dejaron
tener a su padre.
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