El problema de Monedero frente a la Hacienda Pública es la
candidez del novato. O quizá creer que, si finalmente se demuestra que sus
ingresos procedentes de América Latina lo eran para financiar el movimiento que
dio lugar a Podemos, el fin justificaba los medios y no haber escamoteado
ni un céntimo al control bancario ni, por tanto, a la inspección de Hacienda.
Si el dinero le hubiese llegado en los maletines de Flick, como le llegaba a
aquel PSOE de Felipe el dinero de la socialdemocracia alemana, en cajas de
zapatos de manos de empresarios y banqueros asustados como le llegaba a la UCD
de Suárez, o los donativos que recibe el PP como contraprestaciones a generosas
adjudicaciones de obras y contratas, como le ocurre al PP, Monedero no hubiera
tenido que padecer lo que está ahora padeciendo bajo la lupa de cuantos desean
que Podemos fracase, para que no fracase el chiringuito del que, desde hace
décadas, vienen disfrutando.
Evidentemente, que ese dinero es sospechoso no se le escapa
a nadie, pero no creo que PSOE o PP sean los más indicados para reprochárselo
porque su pasado y su presente están llenos de rincones más oscuros aún que
éste. Eso debería quedarle a partidos emergentes como Podemos, que, si no
cuentan con fuentes de ingresos distintas de las cuestaciones entre sus
militantes, muy difícilmente podrían plantearse el uso de los medios precisos
en una campaña electoral.
Y digo esto estando seguro de que mediante un crowdfunding
-en español, sablazo- o pasando la gorra en sus actos públicos podrían obtener
esos fondos con la mayor de las facilidades. Lo que ocurre es que lo que menos
importa es el dinero, lo que realmente importa es señalar la irregularidad que,
en el mejor de los casos, podría atribuirse a una ingenua interpretación de las
leyes, una trampa, generalizada entre los contribuyentes e inducida las más de
las veces por asesores aficionados o poco escrupulosos.
Me viene a la memoria el caso de una compañera de la agencia
EFE que, en los tiempos de UCD y de las primeras declaraciones de la renta,
tuvo que enfrentarse a una paralela, en la que el inspector de turno se hacía
cruces por cómo habían tratado de "colar" una declaración trampeada
tan burdamente como esa. Era tal su asombro que acabó preguntándoles de dónde
había salido tal declaración y ella acabó diciéndole que se la había hecho un
amigo que entendía de eso. El picante de la anécdota es el de que el amigo era
un joven Francisco Fernández Marugán, que acabó siendo tesorero del PSOE
y portavoz socialista en la Comisión de Presupuestos del Congreso amén de haber
sido uno de los diputados de más larga trayectoria de la democracia.
Anécdotas aparte, si es reprochable la torpeza y el
ocultismo a medias de Monedero, mucho más lo es la actitud del ministro de
Hacienda que parece haberse adjudicado el papel de espía de su partido en las cuentas
de los españoles que son de todos y en absoluto están para hacer el uso
partidista de ellas que viene haciendo desde el primer minuto de cada uno de
sus dos mandatos en el ministerio. Nunca un ministro ha exhibido con tanto
descaro los datos de los contribuyentes que no le son simpáticos, datos que son
sólo del contribuyente y de la Agencia Tributaria, pero que él no duda en
insinuar o en comentar después de las consiguientes filtraciones a la prensa
"amiga". Una actitud que bordea, si no traspasa abiertamente, la
legalidad.
Eso y su contumaz tendencia a callar y ocultar las faltas de
los amigos y no pasar ni una de las de los molestos adversarios. La prueba la
hemos tenido con la escandalosa nómina de patriotas que, como dice hoy El Roto,
mandaban su dinero a estudiar a Suiza, que el ministro tilda de agua pasada y
que sin embargo revelaba el mecanismo usado por las grandes fortunas españolas,
incluidas las de algunos de sus compañeros de partido. Tan burda ha sido su actuación
que ha merecido el reproche de los mismos inspectores de Hacienda, que se ha
visto obligado a admitir que se investiguen las actuaciones del HSBC en nuestro
país.
Son cosas distintas, las de Monedero y Montoro, pero se
están dirimiendo en un guiñol que iguala los tamaños y en el que yo, como
cuando era niño, prefiero que gane el más débil, por pillo que sea, frente al
ogro malvado que se esconde en el Ministerio de Hacienda. Sobre todo, porque, con su victoria sobre el villano, le irá mejor a la princesa, que es nuetsra democracia secuestrada.
1 comentario:
Un artículo muy interesante. Ya sabes, la mujer del César no sólo debe ser honrada, además debe aparentarlo...
Saludos
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