Lo primero que me viene a la cabeza cuando pienso en
el debate de ayer es la cantidad de tiempo que se ha perdido en hacer nula o
mala oposición a este patético personaje que perdió los nervios, quizá por la
falta de costumbre, ante quien le leyó la cartilla, porque lectura fue, sobre
todos sus desmanes al frente del Gobierno, especialmente en lo relativo al
amparo dado a la corrupción y a su paradigma, Luis Bárcenas.
Y, si se ha perdido tanto tiempo, es porque, hasta ayer
tarde, se dejó "al gallego impasible" marcar el ritmo y el estilo de
la política de este país y está claro que ni siquiera en el parlamento se puede
tratar a un delincuente como se trata a un caballero o aun socio. No sé qué
pudo llegar a pensar Rubalcaba al comprobar cómo su sucesor en la tribuna, el
novato Sánchez, consiguió, con poco más que pegar la oreja a la calle y
transmitir, aunque fuese por escrito, lo que en ella se dice, descolocar a
quien acude al Parlamento como quien va a la oficina o a unas oposiciones que
sabe de antemano ganadas, porque no tiene adversario.
Quiso hacer Rajoy con Sánchez y supongo que con el brillante
Alberto Garzón lo que lleva tres años haciendo con los españoles que no se
resignan a sufrir penurias y recortes: mandarle a sus matones de uniforme para
no dejarles "decir ni hacer nada" en el parlamento. Es más, creo que,
de haber podido, hubiese establecido otro cordón de seguridad en torno al
Congreso para impedir el paso a quienes no acudiesen al pleno a darle la razón
o a jugar al candy crush, porque es así como nos querría ver tan patético
personaje, mudos y aplaudiendo como focas sus gracietas o aburridos en el
escaño más alto o en el sillón, intentando pasar pantalla en nuestras
empobrecidas vidas.
Quiso aplicar Rajoy al parlamento la mordaza que
ya está tratando de aplicar a la ciudadanía, de ahí su furia de matón
enfurecido que considera el Congreso, la casa de todos, como una finca por la
que se deja transitar o no al vecino. Cree Rajoy y cree mal que, como en las
televisiones públicas u otras no tan públicas, está en su mano decidir quién
habla y qué se dice. Y se equivoca, porque la gente, que es el verdadero y más
grande parlamento, no está pendiente de las consignas del jefe de grupo ni está
dispuesto a subrayar con sus aplausos los párrafos más brillantes o
intencionados de su líder.
No sabe Rajoy que ese mitin que ayer nos quiso colocar desde
la tribuna del Congreso, debate que, por cierto, comenzó con un corta y pega de
otro pronunciado hace tres años desde en el misma escenario, no es igual que
los que le organizaban Correa y el “Bigotes”. No sabe Rajoy que, mientras decía
que todo va bien y va a ir aún mejor, le escuchaban españolitos de a pie,
alargando un café o una caña en la barra de un bar donde ya no hay la alegría
de antaño, o a través de un "transistor" desde el banco del parque en
el que se refugian los parados sin esperanza de dejar de serlo., Y no sabe que
más de uno le habrá maldecido levantando el puño hacia el televisor desde su
casa, o que habrá quien le haya insultado desde ese puesto de trabajo que no le
da para llegar a fin de mes ni, mucho menos, para pagar la hipoteca, cambiar el
coche que se le va en averías, una detrás de otra o para mandar a sus hijos a
la universidad.
No lo sabe, porque, como le recordó Alberto Garzón, el que
más ha ganado en lo que va de debate, hace mucho que no pisa la calle. Tanto
que no sabe ya qué pasa en ella. Ayer debió pensar que todo iba a seguir igual,
que los socialistas iban a "guardar las formas" y que Garzón
iba a ser un manojo de nervios. Por eso, más de una vez se le acumulaban las
frases. Por eso no dejó de dar torpes manotazos al micrófono ¿a quién querría
dárselos? Por eso se repitió más de una vez. Por eso o porque pensaba que quizá
iba a ser el último, Rajoy estuvo patético, pese a que acusó de serlo a Pedro
Sánchez. Por eso cada vez tengo más claro que, el de ayer, fue el último
debate, no de Rajoy, sino de un modo de hacer política que la crisis también se
ha llevado por delante.
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1 comentario:
Realmente lamentable...
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